Tuesday, January 10, 2006

UNA SORPRESA EN EL FONDO DEL «CAJÓN»




                    Los baños termales Valle de Colina están a tres kilómetros de la frontera, siguiendo el curso superior del río Maipo. Varias veces visité el Cajón del Maipo, pero nunca había pasado más allá de San José, de suerte que mi viaje del fin de semana a ese lugar fue en parte aventura y finalmente un hallazgo.

                    La aventura la puedo resumir en el sinnúmero de sensaciones y emociones a bordo de un cuatro por cuatro que siempre usó tracción simple. Las potentes rachas de aire que subían desde el río me permitieron henchir mis pulmones a todo lo ancho del pecho. La pendiente a 45 grados de los cerros y muchas veces el declive casi vertical me causó una pequeña claustrofobia. Pero, mientras el Maipo rugía con su torrente café, bastante crecido por la época de deshielos, las tonalidades de una sublime gama de colores en los flancos cordilleranos compensaron y extasiaron la visión.

                    Luego de dos horas serpenteando un camino de desfiladeros y pretéritos deslizamientos de roca, llegamos a Lo Valdés, donde destaca el imponente cerro Catedral, bello como las Torres del Paine. Desde mucho antes, sin embargo, resalta en el paisaje el colosal volcán San José, con su abrumadora altura de cinco mil metros, el oscuro manto de lava sólida y la nieve petrificada en glaciares. Su presencia es signo de que “hasta aquí no más llegamos”. Y es verdad porque no se puede seguir hacia el oriente conejeando por entre las montañas. Es el límite psicológico.

                    De cara al volcán San José el camino gira al sur. Once kilómetros más arriba de Lo Valdés y a una altitud de unos dos mil metros, aparece el pequeño valle de Colina. En la mitad del terreno se levanta un parador y frente a él, un mástil blanco con una orgullosa bandera chilena. Señores, estamos en baños Valle de Colina.

                    La explanada es apta para el camping y en la ladera de una montaña circundante, a unos 600 metros del parador, están las piscinas termales, muy rústicas, pero con una novedad: el agua es más salada que la de mar, por lo que bañarse allí significa flotar sin esfuerzo. Por el pago de unos cinco mil pesos se pueden pasar 24 horas en el área privada, con agua potable y buenos servicios higiénicos.

                    El hallazgo: la rara combinación del entorno montañoso, el aire cordillerano, el sol de enero, la amistad de la gente que como uno llegó allí para relajarse, el baño termal, la conversación liviana y un vaso de bebida producen un efecto sorprendente: todo tu cuerpo se energiza, tu voluntad se torna positiva y estás dispuesto a pasar la noche en vela para ver antes que nadie la salida del sol de un nuevo día.


(Foto 1: el autor y al fondo el volcán San José;
foto 2: El mini valle de Colina y el parador;
y foto 3: las piletas termales de agua salada).

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