Wednesday, July 31, 2019

EL SECRETO DEL SINDICATO


          Las calles de Caldera tienen ese color amarillento típico del desierto de Atacama. El polvillo ocre que se levanta con el viento parece que lo tiñe todo. Y, nada de curioso, ése es el tono de la sede del sindicato independiente de trabajadores de mar de la comuna, situada en una esquina cerca de la playa. Como es de imaginar un día, no lejano, esos hombres se organizaron para producir juntos el ostión, un bivalvo sabroso de creciente aceptación en la gastronomía mundial. Sin embargo, nuestra historia se refiere a la sede.
        La casa sindical tiene una sola planta como todas las demás viviendas del sector. Gente entra y sale por la estrecha puerta de calle, la que luce sobre el dintel el letrero: Sindicato de Mar, que vino a reemplazar al anterior, de la otra actividad, retirado dos años antes. El antiguo presidente de la organización de buzos y mariscadores adquirió el inmueble con el firme propósito de instalar al sindicato en un domicilio conocido. La casa quizá fue construida hace unos 50 años. Las actividades comerciales que antes se desarrollaron ahí de seguro que eran conocidas del antiguo presidente. La ubicación estratégica del inmueble en esa calle fue una de las buenas razones para comprarla. Sin embargo, la mejor razón fue el precio, botado por la decadencia en que cayó el giro anterior. Eso me lo contó el nuevo presidente.

Pese a esa modesta apariencia externa y la estrechez de la entrada, el interior fue una sorpresa para mí.  Al ingresar allí uno encuentra dos salas independientes una a la derecha y la otra a la izquierda, ambas con ventanas. Ambas crean el espacio justo para el angosto pasillo principal que conduce al interior. Sus puertas dan a ese pasadizo. Si por casualidad ambas permanecieran abiertas bloquearían la pasada. Pues bien, luego de cruzar la entrada de la casa y avanzar por ese pasillo se llega a un espacio grande con piso de baldosas que se extiende a lo ancho de la propiedad, tal vez unos 12 metros. La primera impresión fue que esa sala enorme pudo servir como cancha de baby fútbol así tenían sentido las oficinas de la entrada que pudieron ser los camarines de los equipos. Daba para pensar eso. Aunque costaba imaginarse que en el lugar pudiera realmente funcionar un gimnasio. Pero, también en el área de las baldosas a lo mejor hubo mesones de taca-taca o mesas de pimpón. 

          Sin cielo raso, los tijerales y las planchas de metal del techo quedaban al descubierto. Una especie de mostrador de concreto que descansaba sobre pedestales de hormigón de 80 centímetros de alto cerraba en redondo una de las esquinas, digamos de la cancha, y por el otro lado terminaba en una plataforma de una altura de un metro, la que estaba pegada a uno de los muros. A ella se podía subir por un par de escalones en un costado. Hasta un niño pudo creer que aquella superficie elevada fue un escenario para presentaciones artísticas. Dicha plataforma enfrentaba al pasadizo de entrada desde el otro extremo. Más hacia el fondo hay, además, un amplio patio descubierto. En ese lugar pavimentado mujeres contratadas por el sindicato trabajan remendando redes y reparando trajes de buzos. El visitante comprueba la actividad en todos los ámbitos de la sede: contadores rellenan formularios, secretarias atienden llamadas telefónicas, dirigentes se reúnen con funcionarios de bancos algunos para ofrecer nuevos créditos, otros para recordar pagos de préstamos ya concedidos y usados. Agentes de aseguradoras con folletos de cómo trabajar sin riesgos en el mar esperan su turno. Nada que decir, en el sindicato cada cual hace lo suyo con dedicación.
         Mi anfitrión, el presidente sindical, me guía y me explica que es un día agitado así que me insinuó que tuviera paciencia. Él no se veía preocupado, por el contrario, su rostro reflejaba satisfacción. Sin duda, y con razón, estaba orgulloso de la organización que encabezaba, de la disciplina de los socios, y, por cierto, ─creí entender, para él lo más importante─ la sede sindical, elección del antiguo presidente. Así que me invitó a tomar asiento en el sillón y esperar. El rato de la espera me permitió tratar de buscarle sentido a la sede, porque había muchos elementos entre arquitectónicos y de distribución que no me calzaban como partes de  una casa grande común y corriente. Pensé que ahí debió funcionar otra cosa, pero no imaginé qué.

          La historia de Caldera afirma, dicen, que cuando en una ocasión alguien le preguntó al antiguo presidente respecto de cuál fue el giro original de esa casa, dijo muy orondo que era un supermercado. De acuerdo con su relato en el mostrador de concreto funcionaban las cajas y la plataforma o escenario servía para recibir los abastecimientos traídos por los vehículos de carga. El antiguo presidente hablaba con autoridad porque conoció los detalles del negocio que había desaparecido. Nadie le preguntaba más para no pecar de intrusos y, también, porque el hombre no mentía (eso decían ellos muy serios). 
        Doy otros detalles que me intrigaban del lugar. Por ambos muros laterales había en total seis puertas cinco de las cuales permanecían cerradas. La única que estaba entreabierta permitía ver un pasadizo ciego que remataba en otra puerta interior a lo mejor de una pieza. Era de suponer que las cinco restantes obedecían a la misma idea. A ambos lados de la plataforma-escenario había otras dos puertas que correspondían a baños, separados para hombres y mujeres.
          Elementos propios de la actividad productiva del sindicato ocupaban ahora casi toda la superficie de la plataforma. Eran remos, timones de madera y tres motores fuera de borda, apoyados contra el muro. Sobre la barra o mostrador semicircular que aislaba el córner de la supuesta cancha de baby, se apilaban jaulas tubulares de alambre color café que se usan para las camadas de ostiones en la zona de mar autorizadas.

         Luego de varios minutos de permanecer en ese sillón y de darle vueltas a mis propias interpretaciones del uso del recinto en tiempos pretéritos, vi acercarse al presidente del sindicato, quien por fin disponía de algunos minutos para atender el asunto que me había llevado a la sede a tratar con él. Luego de mirar en todas direcciones para insinuar que me hablaría del lugar, me dijo: «El antiguo presidente fue un gallo muy ladino, se las sabía todas y mire lo que consiguió para el sindicato». Estaba ufano de ocupar el puesto que antes tuviera un tipo tan singular como admirado. Cortésmente me invitó a una de esas oficinas laterales de la entrada que describimos antes, donde una secretaria digitaba algún texto. Luego de sentarnos le ordenó a la mujer que nos sirviera café, por lo que ella salió de la sala. Me di cuenta que más que el café, la orden era para hacerla salir con el fin de hablarme a solas de la sede sindical o de la casa. Ese asunto él lo sentía como una obligación. Me dijo: «El antiguo presidente aprovechó una auténtica ocasión para adquirir esta propiedad, quien decía ─sólo por decir, sin la intención de mentir, porque él no mentía─ que acá hubo un supermercado. No, no fue así. Toda la gente mayor de Caldera lo sabe. Pero, como usted es de afuera se lo cuento: hace un buen tiempo aquí funcionó una famosa casa de...». Bajó la voz de súbito porque en ese preciso momento la secretaria que estaba en la oficina de enfrente pidió permiso y entró inesperadamente a buscar unos papeles. Cuando los halló y se retiraba, llegó la otra mujer con las tacitas de café.  

Monday, July 01, 2019

LEVANTAMOS LA VISTA EN LAS CATEDRALES

Vista de la vía de la Conciliación desde la puerta de la Basílica de San Pedro.
(Foto de nuestro archivo).
       Hay una actitud curiosa, me di cuenta, de los seres humanos cuando ingresamos a un espacio de proporciones altas, en que el cielo raso queda bien arriba sobre nuestras cabezas. Son alturas que sobrecogen, que nos reducen al tamaño de una hormiga. Una vez adentro, no nos queda más opción que levantar la vista y desde nuestro nivel suelo mirar, descubrir, contemplar y tratar de ver incluso más allá…
       Hace uno años tuve la ocasión de ingresar en la Basílica de San Pedro, polo del catolicismo y en parte de la cristiandad (ustedes saben que entre las dos palabras, la segunda es mayor; recuerden el cisma de la Iglesia de 1054 y más divisiones que vinieron después). Para llegar a ese recinto, usted camina desde el centro de Roma y cruza el río Tíber por algunos de los puentes que conducen a la avenida de la Conciliación (de un cierto aire a la Diagonal Pedro Aguirre Cerda de Concepción, si se me permite comparar). Por allí se llega a la plaza de San Pedro, enorme espacio rodeado en elipsis en forma completa ─salvo la avenida principal─ por una columnata (de Bernini) que transmite la idea de un corredor que te abraza, que te acoge. Y en el punto donde las columnas confluyen o nacen, de frente al visitante, surge el imponente frontis de la Basílica, con su maravilloso domo.
    Y aquí llego para narrar esa experiencia de cruzar la puerta y explorar mi propia conducta desde el momento del primer paso… y ver también si los demás hacían lo mismo. Primero, la vista al frente para abarcar el fondo situado allá al confín de ese espacio que es la Basílica. Cerca de la mitad se halla el altar con sus columnas doradas y contorsionadas. Entonces, la mirada gira a la derecha para leer qué hay al final de ese lado. Detrás de unos cristales blindados está La Pietá, de Miguel Ángel, una escultura que transmite todo el dolor de la virgen por su hijo muerto en su regazo. (La estatua originalmente estaba expuesta sin esa protección, se la podía tocar, hasta que apareció el mayo de 1972 el loco Laszlo Toth y le causó graves daños a golpe de martillos). Luego de su restauración fue de nuevo expuesta en su lugar, pero protegida como lo hemos señalado. Hay tanta gente que se aglomera ahí para fotos que cuesta tener un segundo para ver la imagen completa.
La Pietá restaurada y restituida. (Foto de nuestro archivo).
     Después uno camina por el pasillo central y la vista comienza a ascender, ¿qué habrá allá arriba? Aparecen los espacios convexos, arcadas que se entrecruzan artísticamente, por los lados estatuas en altura que representan santos y otros personajes celestiales. Estos últimos están en escorzo para que la vista del espectador no los deforme en la perspectiva desde el suelo. El cielo raso es un paseo aéreo para el peregrino o el turista.
   Uno puede caminar por las áreas públicas, hay otras con acceso restringido o prohibido, pero existe mucho por recorrer y meditar ahí adentro. Sin embargo, la tendencia es mirar hacia arriba como si ésa fuera una actitud propia de un respetuoso visitante. ¿Por qué así? Y la respuesta puede que sea la esperanza de hallar algo más allá, encontrar una puerta de salvación arriba, la cura de nuestros dolores, de íntima vergüenza por malas obras, para agradecer dones. Pensamientos como éstos se suceden cuando uno está allí.
Cuatro momentos de la mirada en San Pedro en Roma. (Fotos de nuestro archivo)
    La belleza del lugar, su significación, la interpretación que cada uno le da a ese espacio tiene un momento cúlmine cuando los ojos descubren una entrada directa de luz a través del techo. Un haz cae inclinado dependiendo del día del año o la hora en que usted está ahí. Es la iluminación del cielo azul o del sol, diremos todos. Pero, en el ámbito personal, es un momento de extensión del horizonte interior y miramos ese detalle con los ojos de la fe, el mayor don que nos regala el Amor y que es un misterio.