Thursday, September 22, 2022

LA HISTORIA TIENE MUCHAS VOCES

MACHU PICCHU, ciudad inca del sur del Perú.

          No sólo en los documentos escritos por personas dignas de fe radican las fuentes de la historia, de nuestros recuerdos del pasado, de nuestra procedencia, de nuestros ancestros. Debido a que aquellos que escribieron los textos ya no están, no nos queda otra opción que confiar en su seriedad, en su prestancia moral para creerles. Afortunadamente, en esta lucha diaria por mantener viva nuestra memoria también disponemos de otros recursos a los que apelar que nos entregan testimonios tangibles de hechos pasados pertinentes y de importancia.

         Veamos algunas de estas opciones. Los monumentos nos dicen verdades, las edificaciones, la arquitectura, el arte. Con ellos conocemos la evolución del gusto humano, el relato no escrito de aquello que nuestros antepasados vieron con sus ojos y que admiraron. Mucho nos dicen los monumentos de aquellas gentes. Las pinturas rupestres, los petroglifos nos hablan de usos y costumbres del pretérito.

          Otra fuente son los nombres de personas y de lugares porque contienen etimologías, orígenes. Un ejemplo, los incas no hablaron ni aimara ni quechua. El idioma de ellos está extinto y era el pukina.¿Sabemos alguna palabra en pukina? Sólo algunas. Porfiadamente se quedaron pegadas a lugares, ríos y montañas del sur del Perú. Algunos de sus nombres pertenecieron a esa lengua.

         Por último en la música, en los instrumentos musicales, en los himnos antiguos tenemos registros que nos relatan los miedos, los temores, las alabanzas, las esperanzas de pueblos anteriores al presente. Todos estos elementos y más  concatenados arrojan luces de cómo fue y que ocurrió en nuestro pasado próximo y aún más atrás que se pierde en lo profundo de los tiempos.


Monday, September 05, 2022

CÓMO LEEMOS

          
           Leer siempre de una misma manera no sirve. Cada texto escrito exige del lector una actitud acorde con eso que se nos presenta a los ojos. Por tanto, leer algo y que nos sea provechoso no es gratis. No una gratuidad en dinero, sino que hay que poner esfuerzo. El filósofo y escritor rumano Emil Ciorán, por ejemplo decía «no me gustan esos libros que se leen como quien lee un diario» (1). Sobre esta cita, no sabemos si esos libros estaban escritos como diarios o si el lector al que alude Ciorán, hojea y displicentemente los tira por allá. Pueden ser las dos casas, pero para nuestro relato, es lo segundo. Debe haber una disposición coherente de parte del lector según sea el texto.

         Es obvio que no es lo mismo leer un diario, que leer un letrero caminero, un tríptico de una exposición de arte o el manual de operaciones de un equipo doméstico recién comprado. Las actitudes cuentan.

         Pero, en esto de leer podemos decir algo más, las exigencias que lo escrito impone al lector van desde la concentración hasta los límites para interpretar, que lindan con los derechos del texto, derechos que no podemos pasar por alto (2).

         Sin embargo, todavía hay más. El mensaje impreso, en algunos casos, requiere de una cuota imporante de inspiración. Cuando usted lee una poesía, por ejemplo, se esfuerza en hallarle el sentido. Si se trata de filofía debe compenetrarse en abstracciones muchas veces difíciles de seguirles el hilo. 

          Y para cerrar, en esto de la inspiración, hallé dos líneas en la introducción del ejemplar de la Biblia que tengo aquí en mi escritorio. Dice: «Debemos leerla no para satisfacer nuestra curiosidad sino para encontrar en ella el provecho para nuestra alma» (3).

          El desafío también es el propósito para qué leemos algo. Si no nos disponemos bien no vale.

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(1) Emile Ciorán, 1911-1995. (Conversaciones).

(2) Umberto Eco, 1932-2016. (Los Límites de la Interpretación).

(3) Sagrada Biblia 1995. (Reglas: Para leer con fruto la Escritura).