Monday, August 24, 2020

LA MALA ESCRITURA EN LA HISTORIA


          En distintas circunstancias de la vida y cuando se presenta la ocasión de tener al frente alguna persona interesada en el asunto gramatical, saco a relucir la monserga de siempre: «Los jóvenes no saben escribir, cometen errores inaceptables en ortografía. Lo hacen pésimo. No sé qué les enseñan en los colegios y para qué decir de las universidades. Adónde llegaremos así como vamos». Y agrego algo que usted, estimado lector, tal vez habrá dicho igual que yo, que en nuestros tiempos la educación era mucho mejor, que nosotros no cometíamos esos errores imperdonables que vemos hoy.
          Y un poco para justificar la rudeza de lo dicho, culpamos a los medios digitales que están arruinando la lengua. La internet hace estúpidas a las nuevas generaciones y pone en riesgo nuestro futuro. Incluso, una red social nos obliga a pensar en 140 caracteres.
            Pero, atención. Mucho cuidado.
      Las quejas respecto a la involución del lenguaje pueden encontrarse en cualquier momento de la historia. Un comentario publicado en un periódico norteamericano en 1961 decía: «Los recién graduados no demuestran ningún dominio sobre el idioma».
            En 1917, antes de la irrupción de la radio y la televisión, otro comentario académico: «De cada universidad es para llorar. Nuestros mechones no pueden deletrear, no saben nada de puntuación. Los colegios secundarios son un desastre porque sus alumnos son tan ignorantes hasta de los rudimentos más básicos».
          Pero, aún más atrás en el tiempo. En pleno Siglo de las Luces. Europa 1785, un comentario casi extremo: «Nuestra lengua está degenerando en forma muy rápida. Tememos que esto será imposible de corregir».
          Mmmm, si confío en los comentarios citados, concluyo que el problema ha sido de siempre y lo será por los siglos de los siglos.
     Y para rematar oigo a un profesor de Psicología de la Universidad de Harvard decir: «Hay buenos escritores que también escriben muy mal».
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Este texto se basó en la exposición sobre lingüística del profesor Steven Pinker (foto) de la Universidad de Harvard y que está en internet en:  


Thursday, August 20, 2020

LA REVOLUCIÓN DE LOS VIEJOS


         Hará unos 30 años leí un artículo en una revista internacional, que se titulaba «La Revolución Gris». No recuerdo exactamente las palabras, ni menos el texto, pero sí el significado de ese título, que por lo demás me gustó. Lo hallé imaginativo, creativo.
       Los neurolingüistas dicen que nuestra memoria no retiene frases ni oraciones sino que guarda contenidos, o sea significados. Así, entonces, traeré al presente eso que recuerdo y a lo que le hallé harto sentido entonces, pero ahora más por el paso de los años. La idea de la nota era que en cualquier momento iba a estallar una revolución social que iniciarían los viejos. De allí, eso de gris, por las canas.
       El autor de ese texto observaba que los jóvenes se habían quedado dándose vueltas en lo mismo y que fueron los abuelos los que tomaron la vanguardia. El artículo agarró vuelo por la contradicción. Porque de los jóvenes esperamos ideas nuevas que hagan avanzar la historia. Pero, la nota planteaba la cuestión al revés, que los viejos empujarían el carro. Esto es raro, de allí mi interés por cómo se iba a resolver la trama. El artículo de hace 30 años mencionaba una serie de aspectos en que los líderes eran viejos y cuyos argumentos hoy carecen de interés. Para el propósito de esta nota el título fue más valioso que todo lo que venía más abajo por las coincidencias.
        Porque de nuevo estamos frente al mismo tema. Baste con ver la campaña presidencial en Estados Unidos: el actual presidente Donald Trump, tiene 74 años (nació en 1946) y su oponente demócrata es Joe Biden, con 77 (nació en 1942). Los dos son lo suficientemente viejos para preguntarnos ¿Y los jóvenes? No están ni aparecen en el horizonte. En cambio en 1960, por ejemplo, la cosa fue distinta, ganó la presidencia de ese país John Kennedy, a los 43 años, uno de los presidentes más jóvenes que haya tenido esa nación. ¿Qué nos pasa, ahora? Nada, ni podemos hacer nada aunque estemos hasta más arriba de la coronilla con la avinagrada revolución gris... querámoslo o no.