Saturday, March 27, 2010

EL APRENDIZAJE ÍNTIMO DE UN TERREMOTO

                      Una casucha arrastrada por las olas por dos cuadras a lo largo de la calle Maipú. Foto del 27 de febrero de 2010.
        Vivimos conectados a la Naturaleza diariamente: vemos la luz del día, nos mojamos con la lluvia, caminamos a pie descalzo por la arena, respiramos el aire fresco de los bosques, nadamos en el mar, nos zambullimos en los ríos. La Naturaleza va con nosotros a donde nos movamos.

       La experiencia colectiva de los terremotos la conocemos por los relatos de los demás y por nosotros mismos. Cada cual cuenta lo suyo y cada cual le agrega algo, "le pone un poquito de color". Así, el episodio queda grabado en el pensamiento colectivo por algún tiempo.

     Sin embargo, junto con la experiencia de todos, hay una vivencia personal, íntima en estas situaciones. Es una comunión individual, intransferible de cada uno con la madre Naturaleza. Vivir el fenómeno con más gente o en soledad siempre es una cuestión personal.

      Durante el sismo pensamos en los demás, en las amenazas que nos rodean, esto es que las construcciones se nos puedan venir encima. Pero, es el momento en que recibimos el mensaje de la Naturaleza, que pertenecemos a ella, que no podemos mirarla desde lejos. No, porque está ahí y ahora. Es un mensaje fuerte y claro. Es conocimiento puro.

      Sentir el rugido del temblor, el movimiento, la inestabilidad, la pequeñez, el miedo es un baño en adrenalina. Lo que se aprende durante el temblor es algo que jamás lo aprenderíamos en un libro. Cada vez que vivimos un terremoto nosotros mismos cambiamos, vemos la vida desde un ángulo distinto. Un terremoto es un cambio de fondo en la intimidad del ser humano. Es un duro regreso al origen, una violenta vuelta a las raíces de la existencia, un retorno forzado que ninguna tecnología podría ayudarnos a evitar.