Sunday, May 10, 2020

LA RISA DEL VIEJO



          El viejo Baro a veces venía y se metía en las conversaciones. Rara vez intervenía, aunque es cierto también que los demás no le dejaban espacio, así que se conformaba con oír lo que contaban. Tampoco nadie le preguntaba su opinión, otra falta de respeto. Pero, él se divertía a su modo de lo que allí se hablaba. Sonreía y reía como todos de los chascarros que se decían de los ausentes en las tertulias. Unos cuentos eran anécdotas, otros simplemente pelambres. No faltaba una situación que desmenuzar y pasarlo bien; conversaciones informales en cualquiera esquina de pueblo. Porque la gente, principalmente los hombres, se juntaban sin citarse en las veredas de las intersecciones. En esos años no había más que hacer cuando llegaba el crepúsculo, sin televisión ni todos los medios digitales que se desarrollaron después.
          Cuando un avispado contaba tallas todos reían, incluido el viejo, pero cuando terminaban las risas y comenzaba otro relato, el viejo seguía riéndose de la anterior.
          Un día conversé solo con él y me atreví a preguntarle discretamente que me parecía extraño eso de prologar la risa cada vez. Le pedí por favor que me dijera cuál era la gracia adicional que le hallaba a las tallas o si yo estaba exagerando. Al viejo le lagrimeaban los ojos por algún problema de conjutivitis. Me pidió que le explicara mejor porque no entendía la pregunta. Yo le dije qué curioso don Baro (así se llamaba o así lo conocíamos entre el vecindario de la calle donde vivíamos) que usted no comprenda mi pregunta pero sí las tallas de los otros. Dicho esto, insistí.
         El viejo se puso serio. Me miró directo entre esas lágrimas que de seguro lo obnubilaban. Y lo que me dijo me dejó petrificado: «Le entendí desde el principio, sólo que quería estar seguro de su real interés por eso le pedí que me lo repitiera. Bien, estimado amigo, le explico: eso que ustedes hallan gracioso yo lo he escuchado una y otra vez, desde que era joven; imagínese. Lo que me sorprende en todos estos años es no oír nada nuevo en esas conversaciones; siempre lo mismo. Por lo tanto, —y aquí espero satisfacer su inquietud— no me rio de las tallas, sino de la estupidez humana que hay en ellas».