Escuché la historia de la canción Lily Marleen de primera fuente. Me la narró mi amigo Herbert, quien fue sargento del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Era una marcha que encantaba a los soldados, pero era riesgoso sentarse a oírla frente a los jefes.
“Sintonizábamos cada noche radio Belgrado, porque la difundía al cierre de sus transmisiones. La escuchábamos en silencio, llenos de emoción. Eso lo viví con todos mis compañeros en el frente oriental y supe que con los soldados de Rommel en el Afrika Korps pasaba lo mismo. Pero, tanto nosotros como ellos teníamos que oírla bajito, porque incomodaba a los oficiales”, me decía Herbert.
Le pregunté por qué tanto temor si la marcha era alemana. Y me respondió que contaba la historia de un soldado que se enamoró de una joven enfermera a quien dejó de ver cuando partió al frente. Añoraba demasiado regresar para encontrarla, algo que restaba fuerza moral en la tropa, según los jerarcas nazis, de ahí la prohibición.
Los norteamericanos no tenían ese problema y por eso la tradujeron al inglés. La emitían por todas las radios que controlaban, por lo que la oían al mismo tiempo aliados y alemanes, amigos y enemigos. Leo que el Museo de la Luftwaffe, la fuerza aérea germana, de Berlín dedica a partir de ayer una exposición a la célebre Lily Marleen.
Nosotros no somos ajenos a esa marcha. El Ejército chileno fue uno de los primeros en adaptarla al castellano y en todos estos años ha marcado en el corazón a varias generaciones de ex reclutas.
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