Pobre general Baquedano, simbolizado en su estatua ecuestre, ahí en Plata Italia. Él nunca pensó que el lugar privilegiado que la Patria reservó en su honor se iba a convertir en el foco del apetito de los actuales candidatos. ¿Cuál de todos ubicó por un ratito su lienzo junto a su caballo? La intendenta los sacó, pero volverán.
Manuel Baquedano no fue presidente, porque no comunicaba bien. Su discurso era lento y fome. No le valieron las glorias que le reportó la Guerra del Pacífico. Para el pueblo elector, simplemente era desabrido en el discurso, a pesar de ser un hombre de acción. Y él, muy digno, retiró su candidatura, cuando se dio cuenta que le gente no lo quería como presidente.
Pero, si no alcanzó la presidencia a través del voto, fue mandatario interino por las circunstancias. Manuel Balmaceda le entregó el mando de la nación, aquel amargo 28 de agosto de 1891, día de la derrota de sus tropas en Placilla. El general no participó de la revolución y devolvió el poder sin chistar al almirante Jorge Montt, en noviembre de ese año.
Vi la estatua de Baquedano y me dio pena, por las decenas de gigantografías que lo rodearon. Todos los candidatos, luciendo su mejor sonrisa o su look más atractivo. Porque así se ganan las elecciones hoy en día. No importa no tener discurso, lo que vale es cautivar por la apariencia. Si por aquellos años don Manuel lo hubiera sabido, ¿habría posado con una sonrisa de oreja a oreja?
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