Los noticiarios nos muestran los accidentes del tránsito: autos destrozados, ambulancias en el lugar, camillas con heridos y la cinta amarilla de la policía cercando el sector. Las causas: fallas mecánicas, excesos de velocidad, conductores que se duermen al volante, alcohol. Nuestra reacción es de asombro y pesar.
Pero, la historia no termina ahí. Recién comienza.
Lo que los noticiarios no nos muestran es el dolor que sigue a los accidentes. Por razones profesionales hice un recorrido por el Hospital del Trabajador de Santiago. Admito que no me gustan estos recintos; si puedo evitarlos, los evito. Conversé con dos pacientes. Me hablaron con tranquilidad, con plena conciencia de lo que me estaban diciendo. Al verlos y oírlos me quedé helado.
Luis Gutiérrez lleva diez meses en cama. Volcó su camión y se rompió la columna vertebral. El daño fue brutal. Quedó parapléjico, obligado a usar una silla de ruedas de por vida. Sin duda ha tenido una asistencia preferencial de parte del equipo de médicos y paramédicos que lo atienden. Está resignado y mira con serenidad.
En la pieza vecina, mi interlocutor lleva un año y cinco meses postrado. Cuenta los días para volver a su casa, pero las heridas no cierran como debieran pese a todos los esfuerzos de los médicos. Me cuenta que los fines de semanas son eternamente aburridos allí tendido en la cama. Su único refugio es la literatura que en abundancia le ofrece el hospital. Recuerda aún el día que un auto lo arrolló mientras él caminaba por la vereda.
Me retiro del recinto agradeciendo al Cielo la suerte de poder caminar. Fui testigo del dolor que causaron los accidentes del tránsito muchos meses después que los mostrara la televisión. Se me recoge el alma pensando cuántas personas más sufrirán lo mismo, no obstante estar aún a tiempo para evitarlo.
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