La oí en los años sesenta, como cortina musical del noticiario de Radio Habana, Cuba, “territorio libre de América”, como decía el locutor a modo de slogan de ese espacio radial. El estribillo era pegajoso y me quedó grabado.
Como parte de las tareas de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Concepción, había que escuchar los noticiarios: La Voz de América, Radio Moscú, Radio Chilena, Portales, Minería, Simón Bolívar, para aprender a hacer las noticias.
Me propuse en aquellos años buscar y tener esa marcha en mis archivos como una reliquia nostálgica. Comencé por visitar las casas de música de Concepción. En la tienda Rapsodia, instalada en un recodo de la galería Olivieri, su dueño, Bernardo Saldías, me dijo cortante –como hablaba él–, que no la tenía. Y no la hallé en ninguna otra tienda del ramo en la ciudad penquista. Tampoco en Santiago, ni en Valparaíso. En mis viajes al extranjero también la busqué sin resultados.
Entonces me propuse intentar en Cuba. Ahí la cosa no podía fallar. Sin embargo, yo nunca fui allí, pero la encargué a amigos viajeros a ese país del Caribe. El primero me trajo de regreso un CD, adquirido en una disquería de La Habana. Instalé rápidamente el compact en mi equipo casero de audio para oír mi marcha… y nada. En su reemplazo el equipo reprodujo canciones de Carlos Puebla y sus Tradicionales tales como “Si no fuera por Emiliana…” La persona que me trajo el CD me explicó que eso era lo único que había en Cuba cercano a lo que yo buscaba. Desilusión.
Cuando el Papa Juan Pablo II fue a La Habana, le hice el encargo al productor Pepe Martínez, de Canal 13, quien viajó para la cobertura. Al regreso, la misma historia: me pasó un CD con música de Silvio Rodríguez “Mi unicornio azul”, pero en el registro no estaba la marcha aquélla. Pepe, muy cordial siempre, me dijo lo mismo: es lo más próximo a lo que me encargaste. Le agradecí, pero...
Hasta que conocí hace un tiempo a una persona cubana, quien me aclaró que esas marchas, que se difundieron en los comienzos de la revolución, nunca estuvieron a la venta. Si lo hubiera sabido a tiempo, pensé, me habría ahorrado cuarenta años de búsqueda. Pero, espérate, me dijo mi amigo tratando de sacarme de mi súbito pesimismo, yo voy a hacer algo. Pasaron varios meses hasta que me topé de nuevo con esa persona, quien sonriente me dijo: “toma aquí está. La encontré en mis archivos”. Se me pusieron los pelos de punta, corrí a mi equipo de audio y puse el CD para salir del empacho. Presioné play y subí el volumen. Los bafles sonaron fuerte:
¡Guerrillero, guerrillero!
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