En otros tiempos hubiera sido una ofensa grave, pero hoy está aceptado como una cosa normal y nadie se altera. Me refiero a la actitud de sospecha que demuestran sin recato los cajeros que reciben nuestro dinero en todas partes, en el metro, el supermercado, en las tiendas. Ellos toman nuestros billetes, los estiran, los palpan y los levantan para examinarlos al trasluz. Esta práctica la realizan frente a nosotros y ante toda la gente que está en la cola. Pero, no es para preocuparse, lo hacen con todos.
Yo interpreto estas actitudes como propias de los tiempos modernos y como el lado oscuro de la tecnología, que tanto elogiamos. Es precisamente la capacitad de clonar, copiar o replicar los originales, gracias a los avances tecnológicos, lo que hace que las personas que manejan valores estén cada vez más suspicaces.
Antes, las copias eran más burdas y, supongo, resultaba más fácil detectarlas. Hoy, con herramientas sofisticadas y fotocopiadoras de altísima resolución, los originales y sus réplicas son como una gota de agua. De allí que los cajeros quieran comprobar por sus propios sentidos que el billete entre manos no es un espejismo.
El mensaje es, calma. Ningún cajero quiere ofenderte ni sospecha de ti. Sólo quiere saber si tú también fuiste víctima del lado oscuro de la tecnología. Lo malo sería que efectivamente el billete fuera falso. En tal caso, el cajero llamaría a la policía y tú, que pasaste el dinero honestamente, podrías resultar sospechoso de falsificación y llegar a dar explicaciones a la comisaría.
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