Aunque usted no lo crea, los punteros del reloj de Correos de Chile giran en sentido contrario. Es una empresa, una infraestructura modernísima, pero el servicio que presta corresponde al siglo XVIII. Cuidado que mi comparación no pretende ofender al correo que usaban nuestros abuelos.
Y lo que digo es patético, por lo que me ocurrió hoy. Llevé a la sucursal de Bandera mi carta dirigida a un amigo que vive en Ñuñoa.
─Son 310 pesos y llegará al destinatario en cinco días hábiles más, o sea la próxima semana─, me dijo el cajero de Correos a mi turno. Y agregó: ─Si usted quiere que la entreguemos mañana, sin falta, usted debe pagar más.
─Pero, cómo Correos se va a tomar una semana entera para entregar esta carta en Ñuñoa, distante seis kilómetros en línea recta desde este lugar─, le dije al cajero a modo de crítica. Pero, el hombre sonrió.
Y yo continué: «Ni que la llevaran en carreta. No puede ser que un servicio sea tan lento. Ustedes gastan más plata almacenando las cartas que repartiéndolas de inmediato», seguí protestando, pero el cajero ya había pegado la estampilla. Pagué y me entregó el sobre.
─Échelo en uno de esos buzones rojos que están ahí cerca de la puerta─, me dijo el cajero como si demorar una semana entera para llevar una mísera carta a Ñuñoa fuera algo tan normal para él.
Insólito, caminé hasta los modernos cajones de madera roja lacada que ni siquiera eran esos simpáticos armatostes cilíndricos de fierro, antiguos, infinitamente más eficientes que los que hoy llaman buzones.
Pero, lo que subraya la vergüenza, es la frase impresa en la base de la boleta que me entregaron luego de pagar la estampilla: «Correos de Chile se moderniza para usted». Una talla vergonzosa, pues señor director del servicio.
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