Imaginemos que una enfermedad es como una maleza. La cortamos y listo. Le echamos insecticida y chao. Le allegamos fuego y se acabó. Pensamos ¿que haría un médico? La respuesta lógica sería: que aplicaría estos procedimientos para erradicarla. Y el enfermo se recuperaría en un santiamén.
Lo malo es que muchos médicos piensan de esta manera. Es una postura radical, a partir de la cual buscan cortar el mal de raíz. De este modo, cuando para la enfermedad no existe solución y, por tanto, no hay cómo erradicarla, se encogen de hombros y le dicen a su paciente-cliente “se ha avanzado muy poco en esto. No se ha inventado todavía el remedio”.
El pobre paciente-cliente tiene dos alternativas 1) esperar que se invente el fármaco y 2) cambiar de especialista.
Sin embargo, hay otros médicos más inteligentes, menos pasivos, menos resignados, dispuestos a enfrentar el mal aunque no exista el remedio. Son aquellos doctores valientes que urden alianzas con el enfermo y elaboran juntos una estrategia para dar la batalla. De este modo, el primero prepara las armas y el segundo se suma a la acción.
Pero, si el mal es invencible ¿cómo esos médicos se atreven?
Bueno, la maleza para ejercer su efecto, que es el mal, debe desarrollarse con fuerza. Así está en una posición óptima para ganar. Cuando los médicos valientes actúan tienen en cuenta esta razón. Crean una sombra que le impida a la maleza estar fuerte. Le quitan el riego en la cantidad que aquélla necesita. Le mandan insectos que se alimentan de sus hojas. Al mal le complican la existencia.
De este modo la enfermedad pierde virulencia, aunque no desaparezca, lo que ya es un gran alivio y brinda optimismo, fortaleza y satisfacción. Estos son los médicos que se merecen el dinero que usted les paga por la consulta, son los guerrilleros de la medicina. Aquellos que esperan disponer de la bomba atómica para ganar la guerra y barrer con el mal no tienen destino.
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