Escucho las voces combinadas de Paulina Rubio, Julieta Venegas y Coti cantando el siguiente estribillo: “Nada fue un error; nada de esto fue un error”. Está de moda esa canción, cuyo video clip lo pasan a cada rato en el canal de televisión dedicado a la música popular.
Descubro que el error humano presenta siempre una característica hipócrita y es que camufla las consecuencias. Por eso es peligroso que dejemos que pase y, peor aún, que nos acostumbremos a él así se generaliza hasta que se produce el desenlace, que puede significar una tragedia.
La prudencia es una virtud política, dice Aristóteles, pero añade que el valor también es apreciado en algunas sociedades u organizaciones. Confronto estos dos, digamos, extremos, del criterio humano: prudencia versus valor.
Ser prudente significa acometer un propósito o un trabajo evitando los riesgos. Para qué aventurarse por algo si se pueden tomar las precauciones necesarias para conseguirlo. O sea, es una actitud racional. ¿Y qué pasa, entonces con la valentía?
Una persona valiente es aquella que actúa ipso facto cuando no hay otra alternativa, debido a la urgencia de la situación. Por ejemplo, en un incendio, un niño está atrapado y amenazado por el fuego. Entonces una persona valiente resuelve teniendo en cuenta el peligro. Sin embargo, cuando la tragedia está consumada, pretender revertila por sí mismo no es valentía, es un error.
Ahí estamos, balanceándonos entre la valentía, el riesgo, la prudencia y el error. En este marco, me atrevo a sugerir un quinto factor, que puede ser el comodín, para el justo balance: creo que en la vida hay que atinar. Y atinar es, a mi juicio, la actuación con proactividad criteriosa.
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