La primera vez que visité Tirúa, el año 2003, dimensioné lo lejos que estaba de Concepción (206 km) o Temuco (225 km), ciudades importantes a las que recurrir en caso de emergencias. Si a la distancia agregamos lo reducido de su población, unas seis mil personas a lo más, y aquel día gris y amenazante, pensé “éste es el fin del mundo”.
Volví a Tirúa este verano, en un viernes tórrido, despejado y ventoso. Pude maravillarme esta vez de su geografía: cerros de verdes pinales, un mar ruidoso con olas que revientan hasta cien metros de distancia en la costa emplayada. Pero, el puerto está al abrigo de un estuario junto a la municipalidad, un kilómetro tierra adentro. Allí reposan, luciendo banderitas chilenas en sus mástiles, las embarcaciones que van a las faenas.
En el segundo piso de un almacén rotulado “patio de comidas” fui atendido por una mesera diligente y alegre. Ella no era de Tirúa, sin embargo. Dejó su casa en isla Mocha para venir a este pueblo en el continente a luchar por la vida y progresar.
Me informó que doce minutos toma el vuelo a su tierra natal. El servicio aéreo lo presta un avión monomotor entre el aeródromo en lo alto del pueblo y Mocha a un precio de quince mil pesos el boleto. Más barato es ir en lancha, unos tres mil pesos, por tres horas de dura travesía. ¿Cuál medio preferiría usted? La isla Mocha se ve en la distancia contra el cielo azul como un cerro oscuro emergiendo del mar, a uno 40 kilómetros en línea recta.
Si desde Tirúa usted quiere ir a Temuco debe seguir al sur por un camino de ripio en buenas condiciones, pasando por Trovolgüe hasta llegar a lo alto de un cerro desde donde se divisa el río Imperial. Llegando a la ribera norte, el camino gira a la izquierda hasta Carahue y de ahí ya puede avanzar a Temuco por camino pavimentado.
Tirúa significa “lugar de encuentro” en lengua mapudungún. ¿Será porque justo el río que cruza el pueblo une a las regiones novena y octava? Sus calles son de arena negra compactada y en ellas abren sus puertas negocios, lugares de juegos, internet y artesanía local.
En sus calles y esquinas conversan grupos de jóvenes, mayormente de pelo tieso negro azabache. La mayoría, con jeans a media cadera y zapatos descoloridos cubiertos de polvo. Así transcurre la tarde en Tirúa.
La alcaldía ha inaugurado una plazoleta con una pequeña pirámide descabezada y hermosos faroles de hierro forjado, junto al estuario bordeado de vega florida y junquillos.
Inunda la nariz una mezcla de olor a galega, poleo, algas y pino recién aserrado. Por allí transitan vacunos, equinos y camperos, los que interrumpen el descanso de treiles y gaviotas, cuyos graznidos son el sonido de fondo del mundo.
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