El campo huele a la mixtura pasosa del aroma de las galegas, las melosas, el poleo y la gran variedad de otras hierbas del verano. Caminar por un potrero en esta época es un festín para el sentido del olfato. Las hojas, las flores y la tierra entregan sus olores frescos al aire como para llenar insaciablemente los pulmones una y otra vez.
Este vaho reminiscente del estío arrastrado por el viento cruza el campo y atraviesa los caminos llegando incluso al borde de las ciudades, donde se desvanece aplastado por los gases de los escapes. Por eso, lo invito a darse el placer olfativo de una excursión por el descampado.
Recientemente mientras guiaba mi auto por un camino secundario, bajé el vidrio para darme el gusto. Pero, sorpresa el aroma no llegó a mi nariz. Por el contrario, me golpeó el rostro la masa de viento inodoro fruto de la velocidad. ¿Qué pasó con el hálito del campo?
Llegué a la conclusión que el frescor del aroma sólo se percibe plenamente a baja velocidad y mucho mejor en el reposo. Porque pareciera que la frágil combinación de moléculas que conforman las notas del olor, se quiebra cuando el receptor va muy rápido. De modo que si no quiere bajar de su coche, échese hacia la berma, pise el freno y respire, respire profundo…
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