Visité el hermoso oasis de Pica, al sureste de Iquique, que florece verde en las arenas altas al oriente de la Pampa del Tamarugal. El pueblito agrícola y turístico es un regalo de la Naturaleza, que luce como un manchón vegetal contra el fondo ocre del desierto de Atacama y el azul oscuro del cielo. Allí viven unas tres mil personas. Pica es una voz quechua que significa una flor en la arena.
Los conquistadores se asentaron en el lugar, donde crecen abundantes cítricos y aromáticos frutos tropicales. El verdor sólo es posible gracias a las afloraciones de agua dulce y tibia en la parte alta de la localidad. Los españoles agregaron únicamente vides a las plantaciones originarias, que desarrollaron los incas. Por lo que al poco tiempo produjeron un excelente vino y grapa. Toda la infraestructura de riego, a partir de las aguas cordilleranas que emergen entre las dunas, es herencia de la cultura incaica.
Pasado el tiempo, Pica se convirtió en territorio peruano hasta la Guerra del Pacífico, en que la localidad quedó bajo soberanía chilena. Y éste es el punto del presente breve comentario.
Cuenta la tradición histórica del lugar, que los antiguos habitantes peruanos de Pica vivían de la producción de los frutos señalados y de una forma primitiva de turismo. En esta práctica, mataban llamos, ovejas o cabras para recibir a los visitantes con carne fresca, hortalizas y frutas.
¿Cómo sabían ellos que venían los turistas de entonces? Me aclaró esta duda doña Luz Morales, de 81 años, ex concejala local y actual dirigente de los agricultores. Me dijo:
“Los habitantes se informaban de la venida de gente afuerina cuando veían desde la parte alta de Pica la polvareda que los viajeros levantaban por el oeste. Bastaba esta información para matar los animales y las niñas aprovechaban de arreglarse y ponerse muy bonitas. Sucedió entonces la Guerra del Pacífico. Se supo que las tropas chilenas habían tomado Iquique.”
Continuó doña Luz con su historia: “Sin embargo, Iquique estaba lejos y los turistas seguían llegando a Pica, de modo que la práctica de matar animales continuó, a partir de la información de la polvareda. Ocurrió que un día se avistó mucho polvo en la pampa y los habitantes hicieron lo de siempre. Sin embargo, alguien dio la voz de alerta que no eran turistas los que se acercaban, sino el ejército chileno con varios regimientos de caballería. Rápidamente los peruanos tomaron sus cosas y huyeron. Sólo quedaron las mujeres”…
Doña Luz terminó su cuento de este modo: “Luego de la estampida peruana hacia el interior, Pica quedó sin hombres. A las pocas horas llegó el ‘temido’ ejército. Sin embargo, las mujeres comprobaron que sólo se trataba de cuatro jinetes pertenecientes al regimiento chileno Cazadores del Desierto, quienes habían amarrado ramas secas a las colas de sus caballos y galopaban en zigzag acercándose a Pica. Esta estratagema engañó a los hombres peruanos. Las mujeres festejaron la llegada de los jinetes ofreciéndoles una cena con carne de llamo y con todos los otros manjares con que esperaban a los turistas. En el intertanto los soldados izaron por primera vez la bandera chilena en el oasis. Después se dejaron querer por las mujeres. Nunca esos soldados chilenos lo habían pasado tan bien como durante esta ingeniosa llegada a Pica”.
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