Wednesday, September 20, 2006

LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL PERDIÓ UNA GENERALA

ORIANA FALLACI
       Con la partida de Oriana Fallacci se apagó una voz poderosa que llamaba tomar conciencia de la amenaza de la guerra santa proclamada por fundamentalistas contra el pensamiento y la civilización occidental. Muchos gobiernos de esta parte del mundo procuraron mantener ese llamado escondido en el sótano, porque les resultaba demasiado incómodo en su relación con los estados islámicos o porque les producía miedo. Otros que han lanzado alertas parecidas son el escritor iraní Salman Rushdie y el papa Benedicto XVI. Y es cosa de ver cómo han reaccionado los fanáticos ante sus fundadas denuncias.
       La periodista florentina, quien vivió muchos años en Nueva York, se convirtió en un ejemplo de coraje para acusar con firmeza la traición y el doble juego tanto en política como en el amor. De acuerdo con su manera de ser, lo incorrecto había que decirlo de frente con nombre y apellido, molestara a quien molestara. Por eso se ganó el odio de los enemigos de occidente y la frialdad de los gobernantes de guante blanco.
      Fallaci es un paradigma del periodismo idealista porque materializó el sueño de escribir con la verdad. Aunque se tuviera observaciones o peros a sus puntos de vista, era el propósito lo que causaba admiración, la transparencia de su compromiso para con sus lectores. Ella vivió para su público, les relató realidades ocultas dentro de las estructuras del poder en el medio político de occidente y denunció prácticas groseramente explícitas en países de gobiernos fanáticos.
      Rescato de Oriana Fallaci su valor, su desprecio por las adulaciones, su no contaminación con los intereses instrumentales, la profundidad de sus planteamientos, su argumentación difícil de rebatir, su austeridad, ese estilo literario vigoroso que nació increíblemente de una mujer de aspecto tan débil, su respeto por el lector, la sinceridad para decir lo adecuado, la firmeza de su personalidad.
      La literatura de Fallaci calza más con la descripción de la realidad y las intenciones humanas que con la ficción que prefieren otros periodistas cuando incursionan en la literatura. Su pluma desnudó a personajes como Arafat, Kissinger, el rey Hussein, Jomeini y describió con crítica razonable a Prodi, Berlusconi, Clinton, Bin Laden y otros tantos. Si ella no lo hubiera hecho no habríamos conocido jamás el lado oscuro de esos protagonistas de la historia, fruto, en gran medida, del marketing político.
       No tuvo miedo para apuntar con el dedo y poner en su sitio a los fanáticos musulmanes que predican la guerra santa, degüellan a sus rehenes frente a las cámaras de televisión para después vender los videos o humillan y golpean en público a sus mujeres. «No se puede llevar una vida armoniosa con ese tipo de gente que sólo quiere verte convertido al Islam. Su religión no es la libertad, que se lleven el Corán para su casa»
, dijo la periodista en una de sus últimas entrevistas.
      Falacci se fue a la tumba ─y ella sabía muy bien que eso ocurriría pronto debido a su enfermedad─ sin los reconocimientos públicos que merecía. Pero, tanto respeto tuvo por sus lectores, que ha recogido de ellos con creces el mejor reconocimiento al que puede aspirar un periodista. Sus últimos años los vivió sin luces, sin focos, sin cámaras; pero con la admiración y la gratitud de millones de corazones en todo el mundo. Y eso ella también lo sabía.

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