Wednesday, September 20, 2006

LA POPULARIDAD DEL MAQUINISTA O'DONOVAN

EL TREN COPIAPÓ-CALDERA permanece expuesto en el campus de la Universidad de Copaipó.

En el hermoso puerto de Caldera visité el museo ferroviario local, emplazado en el bello edificio de la primitiva estación terminal del ferrocarril a Copiapó. Sus tijerales interiores, su andén de madera son los mismos de aquello años de la plata dulce del mineral de Chañarcillo en el siglo XIX. Lo curioso del recinto es que tenía puertas que se cerraban cada vez que un tren ingresaba al lugar. Y la causa de tan curiosa práctica, dicen que era la carga que transportaba el tren: plata y oro.


Detalles del interior de la locomotora.
El convoy de pasajeros entraba a la estación por una puerta paralela, de manera que no había ocasión para que algún viajero se tentara por recoger alguna muestra. De la bodega cerrada del lugar, el rico mineral iba a los buques a escasos cien metros de distancia, desde donde salía hacia otras latitudes. Pero, esta es la parte histórica del viejo ferrocarril, vamos a la anécdota que todavía cuentan los vecinos de allí.

El dueño del tren era un norteamericano llamado William Wheelwright, quien luego de adquirir la máquina y los vagones en Philadelphia construyó los poco más de 86 kilómetros que separan al puerto de la ciudad interior Copiapó. Y, ciertamente, edificó la primera estación ferroviaria de Sudamérica, la de Caldera.

Gran inauguración gran, el 25 de diciembre de 1851.

Dicen que hubo tanto vino, bailes y fiestas ese mediodía, que el maquinista titular se emborrachó al punto que nadie estaba dispuesto a pasarle la locomotora “Copiapó” para el viaje inaugural. La prudencia aconsejó a don William, quien le pidió al segundo piloto, el irlandés norteamericano John O’Donovan, para que condujera el convoy. Este maquinista se ganó la titularidad de inmediato.




Aunque no hay fotos de O’Donovan, parece que el tipo era muy carismático y tanto en Caldera, en Copiapó, como en las estaciones intermedias tenía muchos amigos y, probablemente también admiradoras. La farándula de la época no dejó testimonios escritos si tuvo amantes en uno o todos los paraderos. Cantores populares le dedicaron poemas y payas.

El gringo O’Donovan, decíamos, era un tipo muy querido en todo el valle de Copiapó. Como tenía la cabeza y la barba color de zanahoria, los viajeros y la gente que esperaba en los andenes lo apodaron cara'e'fuego. Acentuaba su aspecto colorín, el reflejo en su rostro de las llamas de la caldera, cuando la “Copiapó” llegaba bufando a las estaciones. Es posible, y éste es un añadido personal, que O’Donovan haya sido seco para el whisky, no por su origen irlandés sino por la dura vida en el desierto de Atacama. Me lo imagino con los riñones en la mano a los mandos de ese esperpento mecánico y chamuscado por el calor. No olvidemos que el tipo provenía de la comodidad "cuica" de Philadelphia. Por el costo de su sacrificio –aunque más de algún placer debió haberse regalado--, salud por car'e'fuego.
Foto del Archivo Histórico de Chile. El tren Caldera-Copiapó detenido en la estación
Monte Amargo,  1913.

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