En la guerra contra el terrorismo que libra el presidente Bush y sus aliados, estos últimos, cada vez menos, se dan algunas estrategias interesantes.
Uno de ellos: un diario francés informó acerca de la muerte por fiebre tifoidea del mismísimo Osama Bin Laden, en alguna parte de Pakistán. La información la agarraron todos los medios occidentales. Hasta ahí la estrategia comunicacional de este lado del mundo iba bien. Y, de acuerdo con los cálculos de la inteligencia, debía ir mejor aún.
La filtración de la inteligencia francesa sin una fuente muy confiable, ─según el gobierno de Paris sus informantes eran sauditas─, causó efectos. Para Al Qaeda se hacía imperioso desmentir de algún modo el rumor que crecía en occidente. Por eso el lunes surgieron voces negando la versión.
De todas formas, como el desmentido no resulta suficiente, la organización extremista islámica tendrá que dar a conocer las últimas imágenes de su líder haciendo cualquier cosa, para probar que está vivito y coleando.
En este sentido, la estrategia dio frutos, porque obligará a Al Qaeda a mostrar a su jefe. Porque ése es el juego. Sin embargo, lo malo de la jugada es el riesgo que conlleva. Esto es que para dar muestra de fortaleza y negar la muerte de Osama, los terroristas digan presente con un nuevo ataque horripilante en algún sensible punto de occidente.
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