Don Emilio Benavídez fue un periodista, que alcanzó su máxima notoriedad como director de prensa radial a la cabeza del equipo que producía y ponía en el aire El Correo de Minería, un programa de alcance nacional. El espacio incluía noticias duras y hartos comentarios políticos llegando a ser el más influyente y el de mayor sintonía. Hablo de finales de la década de los sesenta.
Años más tarde, don Emilio llegó a TVN, donde se desempeñó como editor de prensa. Un hombre de bajo perfil, riguroso en el escribir, con una bella caligrafía aprendida en el Colegio Alemán de Valdivia. Tenía una apariencia dura en la interacción, pero descubriéndolo estaba lejos de ser lo que parecía. Cultivaba un humor político refinado, gran observador y capaz de intuir lo que se avecinaba.
En TVN tuve el agrado de encontrarme con don Emilio. Luego de algunos años de trabajar juntos, lo conocí más a fondo y he aquí por qué sentí la necesidad de compartir esta pequeña historia, muy sutil, que una vez me ocurrió en mi trato con él.
Frecuentemente un señor pasaba vendiendo libros por el canal. En prensa tenía dos clientes fijos: Jorge Argomedo y yo. Cada uno compraba, pagando en cuotas, algún ejemplar de interés. En una oportunidad don Emilio vio toda esta operación informal, desde que el librero desplegó su oferta hasta que nosotros elegimos y nos quedamos con los volúmenes. Yo adquirí dos y Jorge algunos más que él guardó de inmediato en su cajón con llave; los míos los dejé sobre mi escritorio.
Terminada la jornada, nos retiramos. Le hice dedo a don Emilio y salimos del canal en un taxi rumbo a Plaza Italia, sector donde él vivía y para mí, el punto preciso para tomar locomoción. Nos bajábamos del auto cuando me acordé que se me habían quedado los libros.
Le expliqué mis temores de que alguien pudiera tomarlos, porque por mi oficina transitaba mucha gente, entre periodistas, camarógrafos, productores, choferes y otros. «No te preocupes, hombre», me dijo quietamente a modo de consuelo y con una sonrisa cómplice que anticipaba la broma bien intencionada. «Conociendo a esa gente como la conozco, te garantizo que cualquier cosa se te podría perder, menos un libro. Yo me preocuparía si se me quedara alguna barra de chocolate, una botella de bebida, alguna camisa recién comprada. Pero, dime ¿quién se interesaría por llevarse un libro en prensa de TVN?»
En medio de las risas nos despedimos.
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