(Foto Time)
Cuatro años y medio tomó el juicio al único detenido en los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos, Zacarías Moussaoui. El marroquí francés, que admitió su participación en esta trama del mal, recibió la sentencia: pasará el resto de su vida en una celda, 15 metros bajo tierra, de una cárcel de alta seguridad. Y recién tiene 37 años, o sea le queda para harto rato. Se salvó de la pena de muerte, en todo caso. Al oír la condena se mostró desafiante y sonriente. Dijo en tono burlón: gané, ustedes perdieron. La jueza le respondió: usted nunca más verá el cielo y nunca más hablará en público.
Un amigo que trabajó como productor para la cadena CNN en Atlanta me narró una experiencia increíble con otro preso famoso. Él integró un equipo de prensa para entrevistar a un cabecilla del cartel de Cali, que también cumple cadena perpetua en una cárcel de alta seguridad en Estados Unidos. Lo extraditaron desde Colombia para evitar que siguiera haciendo negocios desde la cárcel. La siguiente fue la historia tétrica que me contó:
“Volamos desde Miami a Denver donde arrendamos un auto y nos dirigimos al lugar. Salimos de la ciudad y nos internamos kilómetros y kilómetros por caminos secundarios hasta que llegamos a una alambrada, donde paramos el auto frente al portón, nos bajamos, no había un alma. Desde lo alto de un poste, nos escrutaba una cámara de televisión. Pulsamos al timbre, una voz nos pidió identificarnos. Se abrió la puerta de rejas metálicas e ingresamos al recinto y la reja se cerró, ya estábamos dentro del área de la cárcel de alta seguridad. Por un parlante nos dieron instrucciones: avanzar sin desviarnos unos 20 kilómetros por ese camino de tierra”.
“Luego de varios minutos, llegamos a un muro de concreto muy alto, otro portón, otra cámara, nueva identificación. Entramos con el auto y un guardia se acerca. Nos dice que el equipo de prensa debe subir a un vehículo especial, para seguir viaje. Subimos. Otros 20 minutos por camino de tierra acompañados por guardias. Hasta que llegamos a un edificio circular, muy grande, pero de baja altura. Entramos, revisión personal y de los equipos. Nos reciben otros guardias, los que nos habían escoltado en el vehículo carcelario se quedan ahí. Los cuatro integrantes de nuestro equipo de prensa avanzamos por un largo pasillo iluminado, que más bien parecía un túnel. Llegamos a la puerta de un ascensor, abordamos, nuestros acompañantes, no. En el elevador nos reciben cuatro guardias armados. Se cierra la puerta y comenzamos a descender. Varios segundos bajando, quizás cuántos metros. El ascensor se detiene y bajamos. Un gran hall iluminado”.
“Nueva revisión personal y de equipos. Otros guardias nos guían a través de un largo túnel, como un laberinto, claustrofóbico. Estamos bajo tierra, pura luz artificial. Entramos en una pieza pequeña, donde apenas cabíamos. Uno de los agentes de la cárcel nos dice que en ese lugar será la entrevista. Preparamos los equipos: trípode, una luz para ambientar, micrófonos, audífonos. Decimos: estamos listos. El guardia nos mira y comprueba que ya no desplegaremos nada más. Le da una orden a su colega ubicado más cerca de la puerta, quien la cierra con llave. El guardia le dice al entrevistador que tome asiento y acerque su silla a una mesa redonda, en la otra se sentará el entrevistado. Pulsa un timbre. Silencio, se abre otra puerta, se sienten muchos pasos y aparece el colombiano. Viene encadenado, nos saluda, a una orden del guardia toma asiento. Y comienza la entrevista, sólo diez minutos. Después le ordenan pararse, se despide y regresa a su lugar de encierro permanente”.
Ahí termino yo con lo que me contó mi amigo productor de CNN. El marroquí sentenciado por los atentados de 11 de septiembre de 2011 no será autorizado para entrevista de este tipo. Estará en incomunicación total durante 23 horas cada día. No verá la luz del sol confinado en esa estrecha celda subterránea. Si se considera que no tiene parientes en Estados Unidos, su vida en esas condiciones será como estar vivo en el infierno.
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