En un reciente viaje a Talcahuano, visitamos con mi hijo y su señora, la caleta Lenga, distante siete kilómetros al sur de ese puerto y situada en el último rincón de la bahía de San Vicente. El camino de pavimento presenta a la derecha el mar quieto por el resguardo de los cerros y a la izquierda, dunas con pinos, humedales llenos de junquillos, aves nativas y casas de trabajadores agrícolas en la distancia.
El viaje a Lenga remata en un estrecho puente de madera que cruza el estuario del mismo nombre. Vimos desde arriba cómo el mar entraba en los humedales inundando espacios que durante las horas de baja marea, quedaban a la intemperie. Desde ese punto, hay que regresar. Apenas unos metros más al norte, existe una parada «obligada» ─los restauranes del lugar─, para bajarse del auto a probar machas, tortillas de rescoldo o empanadas de mariscos y para entibiarse junto a los hornos de barro.
Al abrigo de esos hornos, con una tortilla en una mano y en la otra una sarta de machas, miré hacia el mar gris de un día frío y nublado, pero bello. La vista detectó a la distancia un largo muelle, al final del cual era posible ver enormes barcos tanqueros que descargaban petróleo.
Ese viaje a Lenga fue premonitorio. Sin haber intuido siquiera, dos días después de mi visita, un derrame de 400 metros cúbicos de crudo, trajo la desolación a la plácida playa. Falla en los ductos de Enap Bío Bío causaron la tragedia de la vida silvestre y de la microeconomía de esos restaurantes que viven del turismo.
Afortunadamente la reacción de la empresa y de la Armada para controlar la situación, dio frutos, no sin antes haber provocado una mortandad de especies que estaban en su hábitat. Es en estas situaciones cuando surge la pregunta de si se respeta de verdad un concepto de moda: la responsabilidad social empresarial. ¿Se preocupó Enap de velar por el buen mantenimiento de sus instalaciones?, ¿Qué hacían sus profesionales y técnicos, que reciben muy buenos suelos? No tengo respuesta.
Esta negligencia no afectó a la empresa, golpeó a los actores más frágiles: los pescadores artesanales y la vida silvestre. El gobierno tampoco se ha preocupado de exigir que se cumplan las reglas establecidas y acordadas en Talcahuano para preservar el fino encanto de Lenga y el delicado ecosistema de la bahía de San Vicente. Así de cierto. No hay sensibilidad.
(Las dos fotos al pie del texto son de Sur Urbano y muestran el impacto del derrame.)
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