Me sorprende la fuerza de los árboles. Lucen el poder de un levantador de pesas pero, sin descansar, sin elongar, sin hacer ruido. Observo y me deslumbra la potencia de poderosas raíces bajo los pavimentos. Me pregunto cómo ese ramaje subterráneo levanta pesadas losas de concreto, cómo se hunde en la tierra dura y pedregosa sin usar palas o azadones.
El otro día vi un pavimento pulverizado por las raíces aceradas de una acacia y después, un muro y una vereda torcidos por la fuerza subterránea de un aromo. Me pregunté ¿cómo es posible liberar tanta energía sin músculos, sin palancas? ¿El crecimiento vegetal puede tener en sí mismo tanta fuerza? ¿Alguien habrá calculado cuantos kilos por centímetro cuadrado puede ejercer una raíz?
Cuando uno se compra un arbolito y lo lleva a su lugar de destino, debemos tener a mano una pala de hierro, un azadón y un chuzo ─así llaman a una barra de metal con un extremo afilado como un atornillador─. Hay que hacer el hoyo de alguna manera. Y toma un buen rato excavar, retirar la tierra y dejar el orificio listo. Quienes lo hemos hecho, estamos claros que la tierra es dura y a veces durísima. Los chuzos rebotan en el suelo rocoso.
Cuando el arbolito ocupa su puesto, empieza su crecimiento, muchas veces sin riego. Su raíz delicada se vuelve fuerte y agresiva horadando la tierra más dura que podamos imaginar. Si hay pavimento, esa raíz empuja hacia arriba, quebrándolo, en la construcción de su propio espacio. Pero, ¿cómo se genera la fuerza necesaria para ese pesado trabajo? La única respuesta es el crecimiento, que puede llegar a demostrar tanta fuerza, como el que pueda tener una retroexcavadora.
(Foto: www.ciudadjardinmalaga.es)
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