Wednesday, May 02, 2007

EL PODER ASOMBRADO FRENTE A LA IRA

Nada tienen en común la ciudad sureña de Río Gallegos, en Argentina, ni la humilde localidad de Empedrado, en las serranías costeras de la séptima región, salvo por los hechos registrados el pasado fin de semana. En ambos puntos, dos personas tomaron equipos pesados, para dar rienda suelta a su furia.

En Argentina, el chileno nacionalizado, José Mancilla, tomó un camión cargado que no era suyo, y corrió varias cuadras, chocando a otros vehículos, hasta volcarse a doscientos metros de la residencia desocupada del hijo del presidente Kirschner. La Casa Rosada habló de un atentado contra la vida del mandatario. Pero, la prensa demostró que Mancilla estaba fuera de sus cabales. Aparentemente su ira se desató por las injusticias del gobierno contra el gremio de profesores. En todo caso, un hecho insólito y sin parangón en una ciudad apacible como Río Gallegos.

Otro lugar apacible –supongo—es Empedrado. Allí el protagonista fue Claudio Carrasco Chamorro, de 23 años, un trabajador forestal, retenido por Carabineros, aparentemente por estar bebido. Cuando vi esta noticia por televisión me formé la siguiente idea de los hechos:

La policía sostuvo un entrevero con Carrasco y le dijo algunas cosas desagradables a él y a su esposa. No se metan con ella, les advirtió el trabajador molesto. Terminado el asunto, el obrero, ofendido, pudo haberles dicho a los agentes: “esperen, que vuelvo”, como Shwartzeneger en Terminator.

Carrasco dejó a su mujer camino de su casa y él se dirigió a su empresa. Dicen que ingresó por la fuerza, porque ya era de noche. Allí, tomó las llaves de un cargador frontal pesado que él operaba en su trabajo diario, hizo el contacto, arrancó el motor y partió conduciendo el equipo forestal en dirección al retén de carabineros.

En el lugar, los policías estaban enfrascados en sus quehaceres. Por eso, se sorprendieron al oír retumbar un motor tan cerca. Carrasco embistió a los vehículos policiales estacionados en la calle y después chocó de frente contra los postes del corredor del recinto. Parte de un muro se vino al suelo y también la techumbre. El carabinero que quedó adentro logró salir corriendo como los otros. Carrasco giró las palancas de su máquina y comenzó a perseguir a este último agente, aparentemente la misma persona con la que tuvo el altercado. Aquél se dirigió hacia el centro de la plaza.

El cargador frontal pesado subió a la vereda arrancando luminarias y escaños. Mientras huía, el policía miraba para atrás y veía como se le venía encima una enorme mole amarilla con sus luces encendidas, rugiendo y avanzando a escasos metros. En los mandos venía Carrasco echando chispas por los ojos y haciendo rechinar los dientes. Desesperado, el carabinero se escondió detrás de unos tilos de la plaza. En ese momento el monstruo mecánico quedó varado en la pileta central. Después, obvio, Carrasco fue reducido y hoy está preso. Probablemente una agresión de este tipo no está en los manuales de contingencia de Carabineros.

Moraleja: La ira frente al abuso de poder puede adquirir ribetes de una película de terror, como lo visto en Río Gallegos y en la apacible –supongo-- localidad de Empedrado.

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