Salvador, mi colega reportero de entonces en Concepción, colgó el teléfono. Estaba pálido de nervios y de emoción. Me dijo con voz trémula: «Me llamaron para decirme que acaban de ver a Carlos (foto 1), en persona. Está en Talcahuano. Llegó sin aviso y en este momento va a una reunión clandestina con dirigentes de tomas ilegales en Hualpencillo. Me voy a reportear. Tengo que entrevistarlo». Se puso su chaqueta, le gritó a Machuca, el fotógrafo, para que lo siguiera y ambos salieron corriendo. Este episodio ocurrió en 1970, en el Diario Color, hoy desaparecido. Eso equivaldría en el presente a: «vieron a Osama Bin Laden en Penco...»
A la sazón, Carlos era el terrorista más temido del mundo, el más buscado por las policías. El venezolano Ilich Ramírez Sánchez, Carlos, cargaba numerosos crímenes a la espalda, secuestros de aviones, atentados con bombas y baleos a inocentes. Era como James Bond, con licencia para matar. Aparecía como un fantasma y para nada bueno, en cualquier parte de la tierra. ¿Por qué no, entonces en Hualpencillo (hoy Hualpén) si tenía pasaporte chileno falsificado con el número 035857?
David Yallop, escritor británico, fallecido el 2018 a los 81 años. |
Temido y odiado, sin embargo era tratado como rey por los gobiernos a los que servía. Pese a sus crímenes, nunca lo detuvieron, hasta que en Sudán terminaron sus años de gloria. Las autoridades de ese país africano, que eran sus amigos y le brindaban protección, le pegaron la desconocida. La madrugada del 15 de agosto de 1994, su propia escolta policial lo detuvo, lo llevó al aeropuerto de Jartum y lo entregó a agentes franceses encubiertos, quienes lo secuestraron y lo condujeron a Francia. Ramírez Sánchez pertenecía a una organización llamada “El Brazo Armado de la Revolución Árabe” que reconocía alero bajo la Organización para la Liberación de Palestina, OLP.
Su pandilla operaba en el Medio Oriente, con base en Beirut. Allí conoció a Yasser Arafat. Pero, Carlos interactuó más con Abú Nidal, Habash y Haddad, guerrilleros palestinos que ya no existen. Los servicios de inteligencia de occidente apodaron a Ramírez Sánchez el Chacal. El escritor e investigador británico David Yallop sostiene que por «la desinformación y el mito de los medios de comunicación, este criminal se convirtió en un asesino descarado. Los gobiernos le daban privilegios porque le tenían miedo. Carlos se creyó el mito y la prensa mundial fabricó a este antihéroe».
Yallop llegó a la convicción que todo aquel ejercicio de desinformación y el invento del personaje se montó en Siria para destruir a Arafat ante su pueblo y ante el mundo árabe, propósito que, por cierto, nunca consiguió. El destino quiso que ambos terminaran sus días en París, Arafat murió en un hospital militar francés y Carlos (foto 2) permanece condenado a perpetuidad en la prisión de La Santé, por la serie de atentados con bombas y secuestros, pero principalmente por haber asesinado a dos policías franceses.
Aquella tarde de 1970 en Concepción, a la que me refería al inicio, mi amigo Salvador regresó al diario con las manos vacías, frustrado, después de haber recorrido toda la barriada de Hualpén a la siga de Carlos. Si verdaderamente el Chacal estuvo allí no dejó ninguna pista, ni ningún dirigente de tomas de esos años habló del asunto, hasta este momento.
(N. de la R.: texto escrito el 2004)
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