Monday, November 13, 2006

DE LA CUEVA DEL MILODÓN A LA CAVERNA DE PLATÓN




La cueva del milodón está a 24 kilómetros al oriente de Puerto Natales. Cuando la visité, gracias a una invitación de Constantino Kochifas, soplaba un viento con rachas de 140 kilómetros por hora. El boquerón de la entrada tiene unos 80 metros de ancho por 30 de alto y la profundidad horizontal es de 300 metros.

Desde el ángulo más profundo es posible ver la claridad del día y se puede observar cómo se agitan los árboles del parque de la entrada por acción de la ventolera. Pero, allí adentro hay paz y un suelo arenoso e irregular. El silencio es roto por momentos únicamente por alguna filtración de agua en la roca.

Las autoridades del turismo instalaron en su interior una réplica en hierro de un ejemplar de milodón, un animal de casi tres metros de altura, de piel lanuda, hocico de caballo, garras de oso y cola de canguro. Vivió en esa zona hace unos diez mil años y como en la cueva se hallaron algunos huesos, se pensó que ésa era su madriguera, harto grande por lo demás.

Personalmente creo que los milodones vivían en ese sector de bosques e incluso más allá, pero que no usaban la cueva para recogerse a dormir. Dormían en grupos, echados entre las hojas debajo de los árboles con algún centinela de la manada alerta a la presencia amenazadora de los tigres dientes de sable, que también moraban por esos páramos prehistóricos.

Por eso cuando recorrí la cueva del milodón pensé en ese plantígrado vegetariano y corpulento como un oso gigante pero, aun más, pensé en Platón.

Caminando por el interior miré la claridad del día que ingresaba a raudales por el boquerón de la entrada y pude comprobar que haciendo gestos con las manos, éstas se reflejaban vagamente en el fondo irregular de la cueva. Claro, en ese momento me acordé de la alegoría de la Caverna, descrita brillantemente en libro séptimo de La República.

Allí donde yo estaba parado estarían los esclavos atados desde niños e imposibilitados de girar la cabeza hacia la salida. Según el mito, sólo podían mirar hacia el fondo y contra ese fondo veían el reflejo del universo exterior, siluetas de seres humanos recortadas por el fuego lejano. Ése sería su mundo, hasta que liberado uno de ellos y tras haber conocido la realidad exterior, sus compañeros de suplicio difícilmente le iban a creer el cuento porque para ellos, el mundo era sólo reflejos y sombras en movimiento porque lo habían aprendido desde niños.

Si Platón hubiera estado allí --como lo estuve yo-- habría descrito aún con más fuerza y con más detalles el mundo de las imágenes o de los reflejos de la realidad. Aquella alegoría griega parece, para mí al menos, un anticipo visionario de lo que sería nuestra televisión de hoy: sólo imágenes y reflejos truncos de la realidad observada por esclavos.

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