Friday, November 17, 2006

CRUCERO POR LOS INTRINCADOS CANALES Y FIORDOS PATAGÓNICOS

El buque amarrado en Puerto Bories.



PRIMER DÍA: CENA EN EL QUINCHO

Ese viernes teníamos que presentarnos a las 7:00 de la mañana en el aeropuerto. El vuelo a Punta Arenas zarpaba a las 9:00, con escala de media hora en Puerto Montt. Fueron casi tres horas y media de vuelo en total, por lo que, llegamos al terminal aéreo Carlos Ibáñez del Campo a las 13:00 horas, donde nos esperaba un confortable bus calefaccionado, que de inmediato nos condujo a Puerto Natales. Los 240 kilómetros de distancia entre ambos puntos nos tomó alrededor de tres horas. El transporte terrestre nos dejó en el muelle privado de la empresa naviera, junto al antiguo puerto Bories, a diez metros del imponente Skorpios III a eso de las 4 de la tarde.

Los pasajeros subimos la estrecha escala que conduce a la primera cubierta del crucero, donde el personal nos recibió con apretones de mano. Solícitos nos enseñaron nuestra cabina, nos entregaron la llave y minutos después trajeron las maletas. Esa noche tuvimos una cena de bienvenida en el Quincho, que es un restaurán protegido del viento a escasos metros del muelle particular. Fue la ocasión para conocer al capitán Constantino Kochifas, quien viajaría con nosotros en el crucero 86. Fuera de programa el capitán nos llevó a Angélica y yo a conocer el casino de Puerto Natales, que para mí fue una sorpresa mayúscula. Era un recinto cerrado con máquinas de juego, ruletas, póker, apuestas, música en vivo y mujeres bonitas.
Angélica, durante el desayuno.
Nuestra primera noche en el Skorpios III transcurrió junto al embarcadero particular de esa empresa de turismo, porque antes de zarpar por los canales, teníamos una interesante primera excursión por tierra al día siguiente.


SEGUNDO DÍA: GUANACOS TUTELARES
Así, el sábado a las 9:00 horas subimos al bus que no llevaría a la Cueva del Milodón y al parque Torres del Paine. El almuerzo fue un sabroso picnic frente a esa obra monumental de la Naturaleza. Carne picada, ensaladas, vino y piscosour al abrigo del bus que nos servía de defensa frente al viento persistente. Manadas de guanacos pastaban en las colinas circundantes indiferentes a las galernas australes. Luego del almuerzo, el bus rodeó el macizo cordillerano avanzando hacia el sur y llegamos a un mirador desde donde se podían observar, si las nubes lo permitían, los llamados cuernos del Paine.

Regresamos de esta excursión a las 18 horas y cuando abordamos el Skorpios III oí alguna instrucción en el sentido que zarparíamos de inmediato.

Un fuerte viento sur weste soplaba esa tarde en el fiordo de Última Esperanza con una velocidad de 50 nudos. La superficie del mar, como cristal verde botella, lucía olas encrestadas que avanzaban hacia Puerto Natales al ritmo de las rachas. El Skorpios III soltó amarras y mecido por la espuma fría orientó su proa al sur oeste. A los pocos minutos, con el vendaval por la popa, realizó una pasada tangencial junto a la costanera natalina. Así comenzaba el crucero de 1.400 kilómetros por canales y fiordos de la Patagonia chilena, que han denominado la ruta Kaweshkar, o de los alacalufes.

La cena la sirvieron a las 20:30 horas y mientras unos siguieron conversando, otros nos recogimos a dormir, puesto que el viaje por la Cueva del Milodón, las Torres del Paine y el par de horas en el casino nos había dejado algo agotados.


TERCER DÍA: LOS HIELOS DE AMALIA

El glaciar Amalia.
En realidad fue el primer día de navegación total. O sea, tuvimos tiempo para recorrer y conocer los distintos rincones del buque, conversar con su tripulación, oír de primera fuente cómo se operaba el crucero en el puente de mando, observar la lluvia ocasional, mirar el vuelo de algunas aves.

Desde las cubiertas apreciamos los desfiladeros a pique de las montañas que flanquean los canales, mientras el crucero seguía con su proa al norte. A media tarde se produjo nuestro primer encuentro con un glaciar. Era el Amalia, uno de los ventisqueros más meridionales de Campo de Hielo Sur. Su frente de caída al mar tiene casi un kilómetro.


El buque anclado en Pío XI.
Tras permanecer en esa zona por más de una hora, el Skorpios III giró en redondo y lentamente abandonó la vasta superficie de mar cuajada de hielo y de témpanos pequeños. Realizada la operación, la nave retomó su rumbo norte a través de canales ignotos para millones de chilenos.
 
El bar de popa del Skorpios III.
El Skorpios III entró en el desolado fiordo Antrim bajo un fuerte aguacero. Nueve millas río arriba estaba la caleta donde la nave se abastecería de agua, captada directamente de una cascada que caía vertical desde una montaña de unos 900 metros de altura. Junto con acopiar el líquido, el crucero ató a su popa una nave menor hecha para excursiones, la Hércules. La utilizaríamos al día siguiente.

Cena y después una sesión de karaoke, para los que tenían la garganta más afinada. Esa noche dormimos tranquilamente con el barco surto en el fiordo Antrim. A las 4:00 AM, el Skorpios III soltó amarras y reinició su navegación al norte. La operación fue tan suave que nadie se dio cuenta cuando retomamos la marcha.

CUARTO DÍA: FOTOS Y MÁS FOTOS

Mientras me servía el desayuno con abundantes y exquisitas opciones gastronómicas en el comedor, vi pasar un grupo de témpanos de color azulino claro. Por el parlante oí la voz del capitán Kochifas, quien nos informaba que el Skorpios III había llegado a su primer destino de ese día, el formidable glaciar Pío XI.

Recibe ese nombre porque así lo bautizó el sacerdote e investigador científico Alberto de Agostini, en la primera mitad del siglo XX. A los periodistas se nos dio la oportunidad de embarcar en un bote a motor, mientras que el resto de los turistas internacionales hizo el mismo recorrido en la embarcación techada Hércules, especialmente diseñada por Kochifas para hacer este tour.

El poderoso frente del glaciar Pio XI tiene casi seis kilómetros de extensión. Arroja sus témpanos milenarios en una serie de caídas aleatorias, por lo que hay que estar con las cámaras encendidas todo el tiempo para no perderse uno de esos derrumbes helados. El ventisquero arroja en el fiordo Eyre sus hielos, los que llegan allí luego de una lenta procesión mortuoria que les toma años desde Campos de Hielo Sur, en un recorrido de unos 70 kilómetros.

El capitán Kochifas nos explicó que los hielos han ido avanzando y que además de su altura de 120 metros, están enterrados en el lecho rocoso del glaciar convertido en morrenas. El Skorpios III realizó pasadas de ida y vuelta frente al enorme glaciar como si se tratara de una parada naval silenciosa. La oportunidad fue más que suficiente para saturar los SDs de nuestras cámaras con fotos y más fotos, centenares de fotos.

El buque giró en 90 grados y la proa apuntó nuevamente al oeste. Adiós glaciar Pío XI, el más opulento y gracioso de los ventisqueros. Pero esta calificación no quiere decir que el resto de los que visitamos no tuvieran sus encantos particulares.

El almuerzo consistió en comida chilena, una rica cazuela de vacuno con empanadas de horno y fritas, de pino, de mariscos y de queso.

Esa tarde, el Skorpios III navegó bajo fuerte lluvia. El segundo oficial desde el puente entabló comunicación con la autoridad del territorio marítimo en Puerto Edén para anunciar su proximidad al lugar. "Gracias por el aviso", dijo el representante de la Armada. El crucero ingresó en las quietas aguas de una rada en la isla Wellington donde se emplaza la pequeña caleta de pescadores y mariscadores, Puerto Edén. Los pasajeros bajamos a la localidad, para estirar las piernas a lo largo de las calles de pasarelas de madera.

Gabriela Paterito vende artesanía en un pequeño kiosco instalado junto a la pasarela. Ella es la última representante pura de la raza alacalufe o kaweshkar. Fue una buena ocasión para hablar con ella y conocer el pensamiento y el sentimiento de gente que vive en esas soledades.
Puerto Edén, isla Wellington.
Zarpamos de Puerto Edén, el punto más septentrional de nuestro recorrido y se inició el regreso al sur. A última hora de la tarde se nos dio la oportunidad de descender en otro ventisquero, para hacer fotografías, esta vez tocando el hielo con las manos.

Cena acompañada de vino tinto y a dormir. Esa noche el Skorpios navegó hasta el amanecer, mecido por una suave brisa del sur que rizó la superficie marina y coronó de espuma la cresta de las olas.


QUINTO DÍA: "QUEDARSE PARA ADENTRO"

Visita al fiordo Calvo. El Skorpios III avanzó por sus propios medios todo lo que más pudo por un mar blanco de témpanos y hielo molido. Detuvo su andar en un punto específico, desde donde se contempla un complejo de glaciares cayendo sobre el mar quieto. La tripulación nos invitó a abordar una nave menor con techo llamada Capitán Constantino, una suerte de rompehielos, o "4X4" del mar, para poder acercarnos a los glaciares, única forma de lograrlo.
El "4X4" hizo lo suyo visitando los glaciares Fernando y Constantino. Después ingresó en una zona de mar congelado, encerrada entre altas cumbres y ventisqueros. El capitán Kochifas nos habló de ese sitio la víspera. Nos había dicho que la quietud y la belleza de ese lugar conmueven el alma e invitan a una comunicación superior. Él denominó ese punto desconocido “Campo de Oración”.

(En la séptima foto se pueden captar la paz y el silencio que reinan en "Campo de Oración", en el fiordo Calvo.)

Un espacio sobrecogedor por su belleza, por su soledad, por su fuerza, por su blancura. Allí uno queda, como se dice, “para adentro”. Es tal la belleza que despliega la Naturaleza que no se me vinieron las palabras para expresar mis silenciosas emociones. Fue entonces, inmerso en esta contemplación mística, que uno de los tripulantes me alcanzó un vaso de wisky. Con hielo “milenario”, me dijo el guía. El wisky tiene doce años y el hielo on the rock, un millón de años. Salud. "Cuando usted esté en su casa", continuó el guía, "brindará con wisky de doce años también, pero con hielo formado apenas diez minutos antes en el refrigerador". Absolutamente, no hay comparación.

El Capitán Constantino nos llevó lentamente de vuelta al Skorpios III y a la pasada se acercó al borde de uno de los acantilados. Excelente momento para posar junto a la cascada Mega, llamada así porque fue un equipo de esa televisora que la avistó primero. En seguida, pasamos rozando el farellón, sobre el que anidaban decenas de cormoranes o patos liles.

En el Skorpios III nos esperaba un almuerzo mexicano, tacos, guacamol y vino blanco.

Zarpe de fiordo Calvo en la tarde justo cuando asomó el sol y los glaciares brillaron con fuerza en todo el arco espectral del campo visible.


(En la octava fotografía, arriba, estamos Angélica y yo junto a la cascada Mega, en fiordo Calvo.)

SEXTO DÍA: UN TREN EN LA SOLEDAD

Navegación durante la mañana avanzando hacia el sur. En nuestra marcha desfilaron fiordos y glaciares. Recuerdo uno bellísimo por su particular blancura contrastada con el negro de la roca circundante y las morrenas: el ventisquero Zamudio.

El barco se detuvo en el fiordo de Las Montañas y quedamos a la espera de una caminata por un pequeño valle que termina en el glaciar Bernal. La lluvia nos impidió en primer momento bajar, pero, por otra parte, quedarnos a bordo se convirtió en una excelente ocasión para gozar del espectáculo que nos brindó la lluvia fría sobre el canal, sobre el buque y sobre los montes de ñires y otras especies nativas en la costa.

Al cabo de unas horas, tomamos la decisión de hacer la caminata no obstante la lluvia. Subimos a los botes y desembarcamos en una playa de piedras. Un pequeño sendero improvisado nos permitió vadear un lago de agua dulce, producto de deshielos y aguaceros. Por último, llegamos a la base misma del Bernal. Cuando regresamos al barco estábamos mojados hasta el tuétano, pero fue nuestra opción.

El Skorpios III retomó su viaje al sur enfrentando fuertes lluvias. Al final de la tarde y en plena navegación, el capitán Kochifas encontró una boya roja en medio del canal. Ese era el punto preciso para girar a la derecha. La nave detuvo su andar junto a la isla de los reyes. A partir de ese punto era posible la comunicación por teléfono celular. De ese modo también retomábamos el contacto con la civilización.

La cena del capitán, una tradición de los crucero, la tuvimos esa noche anclados a la gira frente a la isla de los reyes. Vestidos formalmente nos presentamos en el comedor pasadas las 21 horas. La mesa estaba delicadamente adornada con exquisiteces. Brindamos con champaña y después hubo baile. En la oscuridad miré a través de la ventana. Lejos a la distancia, divisé una fina línea de luces en el horizonte invisible, como si se tratara de un tren de pasajeros. Pensé: "un tren, imposible en estas latitudes. Debe ser un barco iluminado que navega hacia el sur". Tal sería mi cara de curiosidad, que el capitán me dijo como adivinando mi pensamiento: “son las luces de Puerto Natales, que está a veinte millas de distancia en dirección noreste”.

Pasamos la noche anclados allí.

EL ÚLTIMO DÍA : ADIÓS CON CENTOLLAS
A la mañana siguiente nos despertamos con el Skorpios III ya amarrado al terminal privado de Puerto Natales, que se emplaza a un kilómetro de distancia de puerto Bories, un antiguo terminal naviero que floreciço por el negocio de la lana y los corderos, hoy convertido en museo. Ultimo desayuno. El capitán nos sorprendió una vez más, esta vez con un regalo: un kilo de centolla para los periodistas invitados. Los abrazos y el adiós nos hicieron meditar en la posibilidad de volver algún día. El bus climatizado nos recogió al pie de la escalerilla del crucero y cerca de las 10 de la mañana ya estábamos dirigiéndonos al aeropuerto de Punta Arenas. Como nuestro avión salía a las 3 y media de la tarde, tuvimos tiempo para dar una vuelta por Punta Arenas, visitar a la carrera la zona franca, tomarnos unas fotos en la plaza junto a la pata del indio y otras en el mirador de la ciudad. El almuerzo fue un rico chacarero con una Austral en el centro.

A las 20.30 horas del jueves, estábamos desembarcando en Pudahuel. Ese fue el final de un viaje encantador, un regalo de un gran amigo de los periodistas, el capitán Constantino Kochifas.

(En la última foto aparece el grupo de periodistas invitados por la empresa Skorpios, posando en el muelle privado desde donde zarpan los cruceros.)

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