El alma es el espíritu que anima a la
materia. Un ser vivo elemental tiene espíritu de vida, ése que pone en movimiento al conjunto de materia perfectamente
organizada que es el cuerpo. Sólo por esta causa un ser vivo básico vive, busca comida, come, duerme, se reproduce...
Pero el alma que me interesa es aquella
que nos anima a los seres humanos, que pone en acción al conjunto de
células que nos constituyen. Sin esa alma seríamos un cuerpo
muerto. Todos los corpúsculos desde moléculas, átomos y partículas
subatómicas que integran una célula y los millones de éstas que
componen el cuerpo no serían capaces por sí solos para dar origen a
un ser humano: conciencia de su propia existencia, su historia, sus
sentimientos, etc. Estos ingredientes no materiales –que nos permiten diferenciar a un ser humano de entre los seres vivos– no los encontramos en la
materia, no están enredados entre los átomos... son el fruto de un
alma.
Pues bien, ¿qué es el alma y de qué
está hecha? Misterio. No lo sabemos, sólo entendemos que se trata
de un soplo divino. Es que no hay otra explicación, no tenemos por
dónde comenzar a investigar para obtener un resultado que nos
permita definir el alma y demostrar sus componentes. Es un
intangible, un valor vivo que no encontraremos jamás en las
ciencias, ni en las matemáticas más abstractas. Simplemente es.
Sin embargo, podemos hallar algunas
características del alma, por ejemplo que una sea transparente y que
otra sea opaca. Lo advertimos en la mirada de las personas. Sus ojos
nos remiten al alma y podemos deducir cuán diáfano es su espíritu.
También podemos emplear otro valor en vez de la transparencia, por
ejemplo la tersura. Un alma bella es como una tela recién planchada,
sin arrugas. Un alma ofuscada sería una tela con dobleces. Y el
peligro de los dobles es que allí se pueden esconder cosas malas:
rencores, odios, traiciones, etc. que están esperando el momento
para salir del escondite y actuar con pésimos resultados para el
semejante al que se dirigen como para dañar cruelmente a quien las
ha emitido.
Mi última línea para concluir: limpiemos esos dobleces de nuestras almas. Si no es lo tersa que quisiéramos, al menos
no permitamos que cosas vergonzosas se nos escondan detrás de las arrugas.