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ESCENA DE LA II GUERRA MUNDIAL, 1945. |
Veamos, a modo de ejemplo, esos dos acontecimiento que hicieron temblar al mundo en el siglo XX: las dos guerras mundiales. Los muertos fueron alrededor de 50 millones sólo en la segunda. Para terminar la pesadilla una de las partes que combatió (los Aliados) tuvo que vencer a la otra parte (los Nazis). Lograr vencer tuvo sentido. Inmediatamente después para consolidar el fin de esta lacra, hubo que radactar y firmar acuerdos. Y el sentido en este segundo caso fue asegurar una especie de «nunca más».
En aras de la brevedad, vamos a nuestros días. Un guerra convencional estalló en Europa. Rusia invadió Ucrania. Balazos, bombazos, misilazos, cañonazos, muertos, heridos, prisioneros. Dolor. Y aquí volvemos al inicio de esta nota: ¿Qué sentido tuvo haber alcanzado eso que se acordó al final de la guerra del siglo XX si estamos ahora en la misma situación?
El escritor y filósofo pesimista Emil Ciorán (1911-1995) planteó que en el ser humano existe un vacío de sentido, que la vida no conduce a ninguna parte. Sin embargo, mi respuesta a esa posición algo descocada es: el sentido se halla en la civilización, en la altura del intelecto, en los logros de la humanidad por encima de la falta de grandeza; en la derrota de la estupidez.
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