Pedro le dice a Juan:
«Igual vemos el partido esta tarde. Igual Chile puede ganar con facilidad. Gracias a Bielsa, igual, puh».
Juan le responde a Pedro:
«Igual me cargan los partidos malos. Pero, igual me quedo a verlo por la tele. Al fin y al cabo, igual nos podemos tomar una chelita, puh. Igual, puh».
Pedro, algo contrariado, replica a Juan:
«Tai equivocado. Chile igual pone la cara. Los jugadores le tienen respeto a Bielsa, aunque igual no siempre tengamos buenos resultados. Pero, igual, me gustó la segunda idea, la de la chelita, igual puh, ¿qué más da?»
Juan recompone su comentario y subraya las coincidencias:
«Buena. Igual, no estoy ni ahí con el partido. Pero, igual la chelita heladita en verano justifica estar frente a la tele. Igual, puh, compadre…».
Este diálogo que usted ha leído, es una conversación moderna. Así habla un sector de los jóvenes. Y los adultos, para no quedar obsoletos, repiten también. Este fragmento que he presentado aquí no tendría ninguna observación a no ser por el estribillo. ¿Una lata, verdad? Igual vale, me diría usted, para cerrar este asunto.
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