Para obtener la respuesta no mire el mapa, vea la televisión.
Irán: miles mujeres con shador, esas largas túnicas negras, caminando silenciosas por las calles de Teherán. El presidente Mahmoud Ahmadinejad, barbón, de aspecto descuidado dirige discursos sobre quizá qué asuntos, posiblemente sobre energía nuclear con fines pacíficos. La capital del país todavía proyecta imágenes de la era del Sha Reza Pahlevi, edificios bellos con toques occidentales.
China: la Gran Muralla abierta de par en par a miles de turistas, gente asiática de shoping en malls de Beijing o Shanghai. Visten jeans, ropa de Valentino, carteras y bolsos Vuiton, camisas Dior, zapatillas Kelme. Grupos de jóvenes reunidos en pubs, cantando karaoke.
Viendo la televisión, China está a la vuelta de la esquina; Irán, lejísimos y atrás en la Edad Media. En China hay plena apertura comercial, en Irán, muy por el contrario, aunque no se vea pobreza.
Pero, las distancias pueden ser un espejismo de las libertades. Ni en Irán ni en China hay opinión pública. Ni allí, ni allá existe libertad como la entendemos y como nos gustaría tener nosotros mismos.
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