Me quedé pasmado al leer que en el cementerio número dos de Talcahuano, están construyendo una torre de telecomunicaciones para la empresa Claro. La torre en cuestión estará ubicada casi al medio del recinto destinado al descanso de los muertos.
El permiso para erigir el mástil lo otorgó el año pasado el concejo comunal del puerto. Y uno de los argumentos es que nadie podrá reclamar nada porque, en este caso, la radiación no afectará la salud de los vecinos. Por tal motivo la autoridad dio luz verde, a cambio de algunas luminarias y al pago de quinientos mil pesos mensuales.
Resulta insólita una autorización de este tipo, para que una empresa opere equipos en un lugar que tiene como sinónimo el sustantivo de camposanto. ¿Es que la idea de hacer negocios no tiene límites? Imagine usted que los equipos se echan a perder una noche y cuadrillas de trabajadores deban ingresar al recinto a reparar el desperfecto, con todo lo que eso conlleva: camionetas, ruidos, comunicaciones por radio, gritos y capataces dando órdenes, etc. Todo eso, en un camposanto. Y va a ocurrir porque los trabajadores tienen que hacer su pega.
He visto en algunas partes que las compañías telefónicas camuflan sus antenas para hacerlas más amistosas con el vecindario. Así, entonces, usted verá en algunos cerros palmeras increíblemente altas, que no son palmeras sino remedo de árbol.
¿Qué cree usted que va a ocurrir en el camposanto de Talcahuano? Creo que pueden suceder dos cosas: una, que los deudos de los que descansan en el cementerio hagan una manifestación pública contra las torres de comunicación. Porque, la autorización no consultó a esas personas. Y dos, que Claro convierta a su antena en una gran cruz en medio del camposanto, para estar a tono.
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