No todos los hombres –y mujeres-- merecen ser considerados libros en sí mismos. Incluso, libros que narran las historias de los más conspicuos del pasado, no incluyen todos los pasajes de sus existencias. En La Odisea, Homero dejó afuera varios episodios de la vida de Ulises, por considerarlos fomes. O sea, el rey de Ítaca también tuvo a veces, un pasar rutinario que no merecía quedar impreso, de acuerdo con Homero.
La Odisea, de Homero, estaba entre los libros que la asistente de la biblioteca del Hospital de Trabajador, llevaba en su carrito con el que recorría el recinto pieza por pieza visitando a los pacientes para ofrecerles literatura. Los consumidores de libros de ese establecimiento tienen tiempo suficiente para meterse en las aventuras y fábulas de los personajes reales o imaginarios de las novelas.
Hablé con uno de esos lectores, Pedro Aguilar, quien permanecía en cama, entubado, pero lúcido. La funcionaria del hospital le había dejado recién un libro fresquito en su velador: La Odisea.
Aquel paciente era un pirquinero. Su propia historia cuenta que mientras trabajaba, cayó al fondo de un abismo de sesenta metros. Lo rescataron en medio de la oscuridad y del dolor. Estaba fracturado entero. Lo llevaron al hospital para las primeras atenciones, en esa lluviosa noche de 1973. Desde entonces, el pirquinero ha permanecido hospitalizado en total, dieciocho años, en distintos períodos. Para reconstituirlo, lo han sometido a todas las cirugías imaginables.
Cuando me despedí, tomó La Odisea y se sumergió en la lectura. Creo que sus peripecias bien podrían sonrojar al propio rey de Ítaca. Polifemo, el cíclope que devoraba vivas a sus víctimas y que estuvo a punto de descuartizar a Ulises, era un juego de niños, frente al boquerón que se tragó al pirquinero. ¡Ésa vida real sí que es un libro! Y ese “libro” viviente permanecía ante mis ojos, leyendo, acostado, sin piernas, en una cama, en la sala del hospital.
La Odisea, de Homero, estaba entre los libros que la asistente de la biblioteca del Hospital de Trabajador, llevaba en su carrito con el que recorría el recinto pieza por pieza visitando a los pacientes para ofrecerles literatura. Los consumidores de libros de ese establecimiento tienen tiempo suficiente para meterse en las aventuras y fábulas de los personajes reales o imaginarios de las novelas.
Hablé con uno de esos lectores, Pedro Aguilar, quien permanecía en cama, entubado, pero lúcido. La funcionaria del hospital le había dejado recién un libro fresquito en su velador: La Odisea.
Aquel paciente era un pirquinero. Su propia historia cuenta que mientras trabajaba, cayó al fondo de un abismo de sesenta metros. Lo rescataron en medio de la oscuridad y del dolor. Estaba fracturado entero. Lo llevaron al hospital para las primeras atenciones, en esa lluviosa noche de 1973. Desde entonces, el pirquinero ha permanecido hospitalizado en total, dieciocho años, en distintos períodos. Para reconstituirlo, lo han sometido a todas las cirugías imaginables.
Cuando me despedí, tomó La Odisea y se sumergió en la lectura. Creo que sus peripecias bien podrían sonrojar al propio rey de Ítaca. Polifemo, el cíclope que devoraba vivas a sus víctimas y que estuvo a punto de descuartizar a Ulises, era un juego de niños, frente al boquerón que se tragó al pirquinero. ¡Ésa vida real sí que es un libro! Y ese “libro” viviente permanecía ante mis ojos, leyendo, acostado, sin piernas, en una cama, en la sala del hospital.
1 comment:
Estoy impresionada por tu nota. Tienes toda la razón,Ulises, estaría sonrojado. Qué te puedo decir, se me apretó el corazón... ese pirquinero es un héroe de carne y hueso.
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