La geografía está llena de lugares que visitar. ¿Qué es un lugar? Es un sitio especial y particular.
Pero, hay ciertos lugares todavía más precisos, que ensamblan muy bien con algunas personas. ¿Podríamos llamarlos Shangri-la? Nuestros edenes vivientes particulares son aquellos sitios donde los sentidos perciben a toda su capacidad, donde la memoria evoca en forma automática, donde lo que nos rodea invita a callar, donde se oye hasta el vuelo de un insecto diminuto, donde dan ganas de estirar los brazos hacia arriba y mirar las luz rebotando en el paisaje. Son aquellos sitios donde sintonizamos con el universo, donde queremos quedarnos, donde el tiempo es una fotografía. A diferencia de los lugares, nuestros edenes vivientes tenemos que descubrirlos.
La ciudad nos ofrece lugares: plazas, parques, avenidas, cerros, jardines. Pero, también nos presenta no-lugares, que son aquellos espacios muertos, producto de errores arquitectónicos y urbanísticos. En los no-lugares no se puede estar, ni transitar, ni mirar con algún propósito estético. En ellos es imposible la interacción humana. Pero, existen y están ahí. Ejemplo de ellos son algunos estrechos bandejones centrales sin ningún destino de algunas avenidas.
Los lugares, en cambio, son para estar. Es donde se puede conversar, escuchar, trabajar, reflexionar o simplemente disfrutar el ocio. Los edenes vivientes, en cambio, son sitios únicos, donde la sutileza supera al mundo ordinario.
En mi vida he descubierto estos sitios peculiares, peculiares al menos para mí. Al fondo del Cajón del Maipo, por ejemplo, están las termas de Colina. Es un vallecito en la altura, pleno de aire es fresco y transparente. Ahí la quietud cordillerana única de ese lugar, está subrayada por el ronco sonido del naciente río Maipo.
Para mí, otro ejemplo, es estar a orillas del Río Bueno, en Trinidad, cerca de Osorno, al caer una tarde de verano. Eso es inspirador. Cuando no corre ni una brisa, la superficie del Bueno es un espejo perfecto, que refleja el Paraíso, mientras es posible oír el desplazamiento del agua por entre las raíces de los árboles. Permanecería allí de pie, por siglos, extasiado.
Son la Naturaleza, la persona humana y los semejantes, en circunstancias especiales, los que propician estos sentimientos íntimos de una comunicación silenciosa perfecta. Los edenes vivientes producen una relación auténtica entre espíritu y materia, sin ser necesariamente místicos. Están muy lejos de las fotos sobre veraneos que vemos en las páginas de vida social.
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