El sonido o la imagen, ése es el asunto.
Si bien la visión es considerada el más noble de los sentidos, atendiendo a la afirmación aristotélica de que la vista es al cuerpo lo que la razón al alma, la audición no lo es menos. Baste tener en cuenta lo que está ocurriendo por estos días.
Miles de personas estarían dispuestas a pagar fuertes cifras de dinero a cambio de un boleto para presenciar la actuación de Ennio Morricone y su orquesta. El director italiano, junto con su talento, se hizo famoso por las películas. O sea, alcanzó al público masivo por la visión. Pero, el sentido que le dio el visto bueno fue el oído.
Van Cleef. |
La gente que asistirá a sus presentaciones no verá la figura de Lee Van Cleef disparando su Smith & Wesson, verá ─en cambio─, los oboes, los clarinetes, las flautas traversas, la soprano, los integrantes del coro durante una pulcra ejecución de las partituras.
Entonces llegamos de nuevo a la dualidad ojo u oído; imagen o banda de sonido. La diferencia entre uno y otro estímulo la marca el sonido. Porque puede ser el mismo, para imágenes diferentes.
¿Cómo? Oyendo una composición ─digamos el tema El Éxtasis del Oro─, podremos estar en una butaca del cine viendo esa película, como podríamos estar una noche de otoño al aire libre viendo y oyendo la orquesta y coro interpretando la misma melodía. Dos imágenes, para un mismo sonido.
Vamos a la conclusión. La imagen puede quedar congelada en el tiempo como una fotografía. El sonido que también queda registrado, puede entregarnos nuevas emociones. Cada vez que lo escuchemos descubriremos nuevas notas o nuevos instrumentos.
Morricone. |
Sin menoscabar la nobleza de la vista, el más maravilloso de los sentidos, el oído tiene la fuerza de la emoción. Los pelos se ponen de punta cuando se corre el telón y el maestro Morricone levanta su batuta.
Pero, para qué seguir debatiendo, el estímulo más valioso es aquel en que ambos: audio e imagen se nos presentan perfectamente entrelazados.
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