El muro captado con mi cámara. |
El día en que crucé el muro de Berlín para entrar en Alemania del Este tuve que pasar por una puerta estrecha y presentarme en una sala donde había un oficial del ejército alemán pro soviético. El militar tomó mi pasaporte y otros papeles que me dio el gobierno federal alemán. No me habló, pero me miró un buen rato, como queriendo leer mis pensamientos. Luego se concentró en los papeles y finalmente me dio la autorización. Crucé una reja, seguí por un pasillo angosto y desemboqué directo en una calle de Berlín Oriental.
Caminé hacia el centro de la ciudad. Se podía ir por la calzada, porque no pasaban autos. Calles vacías. Al cabo de unos minutos de marcha, pasé frente al hermoso edificio del ayuntamiento, construido con ladrillos, una joya de la arquitectura germana. Seguí caminando hasta que llegué al referente máximo de la ciudad, la torre de comunicaciones, que tenía una gran esfera en la parte superior, coronada por una enorme aguja.
Allí por primera vez me encontré con un grupo de alemanes del este. Era gente joven, las mujeres vestidas a la moda y los hombres todos en uniforme del ejército. Este grupo enorme de unas doscientas personas, estaba haciendo cola para ingresar a un subterráneo. Averigüé de qué se trataba. Esperaban su turno para entrar en una disco para bailar y divertirse. Llovía y ellos se cubrían con impermeables y paraguas. No les importaba el sacrificio si al fin ingresarían al apetecido lugar, previo retirada de los que los habían antecedido. Eran como las cuatro de la tarde.
Después me dirigí a un museo que tenía sus puertas abiertas al público. En uno de sus muros me encontré con una pintura que representaba al poeta chileno Pablo Neruda y a la salida había venta de merchandising. La ciudad era preciosa, pero carente de presencia humana suficiente como para pensar en una ciudad habitada. No tuve más tiempo para seguir recorriendo, la tarde se terminaba y debía regresar a prisa a la puerta para poder regresar a Berlín Occidental, donde el bullicio, la multitud y los grupos de pandilleros cabeza rapada pedían limosnas y se mofaban de la gente.
En las imágenes de la caída del muro, veinte años después, se ve a la gente pasándose para el oeste. Pero, hoy día sin duda, la multitud se fue para el otro lado, donde la ciudad era una desolación.
Allí por primera vez me encontré con un grupo de alemanes del este. Era gente joven, las mujeres vestidas a la moda y los hombres todos en uniforme del ejército. Este grupo enorme de unas doscientas personas, estaba haciendo cola para ingresar a un subterráneo. Averigüé de qué se trataba. Esperaban su turno para entrar en una disco para bailar y divertirse. Llovía y ellos se cubrían con impermeables y paraguas. No les importaba el sacrificio si al fin ingresarían al apetecido lugar, previo retirada de los que los habían antecedido. Eran como las cuatro de la tarde.
El autor de esta nota en Berlín Oriental. |
En las imágenes de la caída del muro, veinte años después, se ve a la gente pasándose para el oeste. Pero, hoy día sin duda, la multitud se fue para el otro lado, donde la ciudad era una desolación.
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