Un gerente de aspecto como sacado de Subterra me recibió muy sonriente en su oficina de la entonces empresa Enacar de Lota. Me atendió en mi calidad de reportero de El Diario Color de Concepción.
El despacho del gerente era muy espacioso y pulcro, demasiado para los estándares lotinos. De un lado miraba hacia una calle de tierra y de atrás se conectaba con las faenas de extracción de carbón a través de un enorme patio lleno de máquinas unas operativas, otras abandonadas, de la revolución industrial. Ese patio enorme remataba en una playa de arenas amarillas, mar azul y olas espumosas brillando bajo el sol de diciembre.
Esa playa hermosa, chiquita de un largo no mayor de 50 metros y flanqueada por dos enormes peñones, que le servían de rompeolas, llamó mi atención y mi mirada seguía pegada en ella haciendo abstracción total de las maquinarias de museo aún en uso productivo. Tampoco le daba mucha bola a lo que me hablaba el gerente.
Salimos al patio conversando y el tipo se dio cuenta de mi atención concentrada en la playa. «Bueno esa playita es de nosotros, pues», me dijo sin disimular orgullo. Y siguió: «Pero, como está en el área industrial, no viene gente. Además tenemos guardias y nadie querría bañarse un día cualquiera vigilado por un equipo de celadores», me dijo el gerente, como para desalentar una posible solicitud de algún permiso especial de mi parte para un fin de semana veraniego. Aunque el uso libre de las playas está garantizado en la constitución.
En todo caso, pese a los elementos de la industria que la rodean es una linda playa, le dije para halagar al gerente, aunque en belleza natural el lugar se lo merecía con creces. ¿Cómo se llama?, le pregunté. «Es la playa del 'Chambeque'», me dijo muy orondo y seguimos hablando de la materia que me había llevado a Lota: los nuevos volúmenes de extracción de carbón.
Terminada mi tarea de reportero y cuando regresábamos a la oficina del gerente, caminando por ese patio, le dije: curioso el nombre de la playa, «Chambeque», ¿por qué le habrán puesto así?Y el gerente me respondió:
«La verdad es que no sé el origen. Pero, es seguro ahí antes debió haber un ‘Chambeque’».
(¿Perdón?, pensé.) No más preguntas y con esa respuesta, bien anotada en mi libreta, regresé al diario.
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