Es interesante ver cómo en una sociedad occidental como la nuestra, sustentada en el pensamiento científico, haya aceptado sin complejos la participación de ingredientes no científicos en la solución de problemas graves y angustiantes. Me refiero al aporte de la señora Isabel Cristina Ávila, conocida por la prensa como la mentalista de Chimbarongo (foto).
Su trabajo, sustentado en percepciones que no tienen explicación objetiva, ha contribuido a llevar la paz a familias que desesperadamente buscaban a algún familiar desaparecido, en circunstancias trágicas. Lo más curioso es que como sociedad lo hemos asumido y nuestras instituciones —Carabineros o Investigaciones— reciben de esa persona información ¿valiosa?
Aristóteles decía que no podemos hacer ciencia de cosas que no se repiten. O sea, no hay ciencia para aquellos fenómenos propios del azar. No podemos construir ciencia sobre la Lotería, por ejemplo, ni tampoco sobre avistamientos de ovnis, porque sus leyes no pueden ser alcanzadas por el ser humano. Pero, hay personas que sí pueden acercarse a esas leyes y ayudar, como es el caso de la mentalista.
En los años sesenta penetró fuerte el libro de Jacques Bergier y Louis Pawels El Retorno de los Brujos. El volumen proponía que de algún modo, la sociedad comenzaba a considerar nuevamente como válidas esas creencias fundadas en lo oculto. Quienes como estudiantes leímos ese libro sonreíamos con sorna. Pensábamos que la humanidad ya había dado un giro sin vuelta en el pensamiento y que todo se sustentaba en hechos objetivos. Éramos excluyentes.
Hoy, en el siglo XXI, nos sonreímos y tampoco nos burlamos, simplemente aceptamos esas cosas como una realidad cada día más patente. No se trata del retorno de los brujos en la modernidad, sino el saber conjugar datos científicos con aquellas cosas cuya comprensión no nos está permitida y es exclusividad de unos pocos. Me parece una actitud inteligente, no descartar nada.
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