Tuesday, August 05, 2008

EL MEJOR DE TODOS MIS REPORTEROS



   Una forma de viajar es soñar. Y para que el soñar sea más real que un simple sueño, hay que inventar. Como entonces quería viajar y no podía, inventé a alguien que lo hiciera por mí, un corresponsal en viaje que iba por el mundo enviándome noticias cada día. Y para que esto fuera todavía más concreto, a mi corresponsal le puse un nombre: John Callaway. Y para abundar en la verosimilitud yo escribía las notas que supuestamente me reportaba Callaway desde cualquier parte y las publicaba, en un diario real (eso lo expliqué a mis lectores reales). Llegamos a un acuerdo con John y lo "contraté" para que trabajara para mi publicación.
      De modo que tuve a mis lectores pendientes de los percances y chascarros de Callaway por meses, mientras yo atendía los servicios internacionales de ese periódico hoy desaparecido.
    Está claro que los reportes de Callaway no dieron nunca un golpe periodístico en los lugares remotos en los que se encontraba, pero sí entregaron una percepción imaginaria de lo que allí estaba ocurriendo. Eran un punto de vista subjetivo, un relato en primera persona. Por eso yo le tenía estima a Callaway y le "ordenaba" desde mi modesto escritorio provinciano desplazarse urgentemente a tal o cual parte del orbe. Si estaba en Saigón (Vietnam), Callaway preparaba sus maletas, abandonaba el hotel, tomaba un taxi, se iba al aeropuerto y volaba a El Cairo, lugar al que yo le había pedido que viajara. Desde allí me hacía el reporte solicitado. Y ese reporte lo leía la gente, clientes del diario en el que yo trabajaba.(*)
       Era un juego divertido que me entretenía. Era soñar con los ojos abiertos. Imaginaba que la tarea de mi corresponsal debía haber sido extenuante, viajar y viajar por todo el mundo: comprar boletos aéreos, reservar hoteles, ir al foco de la noticia para reportear, volver al hotel a despacharme su informe. Ese periodista no veía nunca a su familia, su hogar eran los hoteles y los aeropuertos los sitios donde pasaba la mayor parte del tiempo, esperando las más alocadas conexiones. Nunca protestó por las órdenes que yo le impartía. Siempre obtuve de él la misma respuesta: ok sir!
       Sólo una vez me pidió venir a Chile. Tenía interés en cubrir la noticia del hallazgo de los uruguayos perdidos en Los Andes. Rechacé su solicitud, porque tenía servicios suficientes aquí.
     Quizá por esa negativa, perdí la oportunidad de "conocer" a John personalmente. Me caía en gracia por lo encendido de sus informes, pero, sobre todo, por su dedicación al trabajo. Una vez en Washington reporteando un cambio de presidente para mi diario, terminó su despacho señalando que el día había sido tan agotador que terminaba su informe desde el bar del hotel Baltimore junto a un vaso de whisky on the rocks. Le perdoné el giro frívolo de su actuar en virtud de su esfuerzo. Porque, además, al día siguiente Callaway debía agarrar su maleta, dejar temprano el Baltimore y dirigirse al aeropuerto Dulles. Desde Concepción, Chile, yo le había ordenado volar a Manila, para que me preparara un informe lo más completo posible del movimiento rebelde de Mindanao, que amenazaba el poder del filipino Ferdinando Marcos.
      Así era la vida de Callaway. Luego de meses de trabajo decidí terminar con sus servicios. Cuando le comuniqué la decisión, mi corresponsal estaba en Nepal, reporteando, a solicitud mía, una nueva expedición al Everest. Ningún periodista como él ha estado en tantos lugares y en la cobertura de noticias tan relevantes. Creo que ninguno como él gozaba tanto reporteando.
     Cuando sus crónicas dejaron de aparecer en el diario de Concepción, algunos lectores amigos me preguntaron que qué había pasado con John. Les dije que por razones de fuerza mayor habíamos tenido que terminar y que en Nepal había enganchado de inmediato un nuevo empleo en una agencia internacional de noticias.
     Hoy cuando han pasado tantos años, John debe seguir viajando por el mundo, saltando de noticia en noticia. Imagino que debe estar en primera fila, en la cobertura de las olimpiadas de Beijing; porque el mejor reportero es el que creas tú mismo.
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(*) El diario era Noticias de La Tarde y el público sabía o intuía que la comuna la firmaba un reportero imaginario, aunque los hechos narrados eran reales, obtenidos de las agencias de noticias serias.

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