Wednesday, June 11, 2008

UN CUENTO SOBRE LA PRIMERA VÍCTIMA DEL DIÓXIDO DE CARBONO

Nota: Asistí a una conferencia sobre las emisiones de CO   y el calentamiento global y escuché con atención la charla del abogado Vicente Ossa, encargado del área Medio Ambiente del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD. Me sorprendió que dijera que los gobiernos del mundo están tomando conciencia del problema planetario y que hay voluntad política para frenar el calentamiento global. De lo contrario, dijo, la situación será crítica hacia el 2020. Mi sorpresa se relaciona con los escasos progresos. Mientras lo escuchaba, se me ocurrió el escenario ficticio pero basado en eso que oí. Este es el cuento que se me vino a la mente:

            La pequeña Juani della Constanza se convirtió en la primera víctima mortal de las emisiones de dióxido de carbono, que ahogaban al planeta desde comienzos del año dos mil. Hoy, 24 de diciembre de 2024, la niña fue llevada de urgencia al hospital para víctimas del CO que el gobierno, previsor del problema, había construido en Lo Valdés, en el Cajón del Maipo. Todos los esfuerzos médicos por rescatarla, esto fue colocarla en una burbuja de aire puro, no dieron resultados. Juani falleció porque sus pequeños pulmones no se pudieron adaptar al nuevo aire pestilente que recorría la Tierra, que soplaba en las ciudades, en los campos y sobre los océanos. Cuando venían rachas del norte, el viento se sentía más desagradable aun, como el aire saturado que sale de un subterráneo cerrado por mucho tiempo.
      Las medidas adoptadas por Naciones Unidas el 2008 para limpiar el aire dieron resultados a medias. Si bien el calentamiento global logró detenerse y los casquetes polares pararon de desintegrarse, con el aire no ocurrió lo mismo. Ni los bosques ni los mares pudieron absorber tal cantidad de CO producido por las industrias, en un afán sin tregua por aumentar el crecimiento de los países.
       La gente se había acostumbrado a respirar el aire pesado, de encierro, falto de oxígeno suficiente. El cielo dejó de ser azul, siempre se veía gris anaranjado, cargado de esmog. Los mares presentaban un color café claro, al reflejar la pátina del cielo. Las olas tenían crestas lechosas y las playas turbias parecían inundadas por desembocaduras de ríos de barro. Era un paisaje marciano.
     Si bien el aire original era inodoro, hoy se percibía hediondo. La gente respiraba con facilidad sólo en sus casas herméticas. Unas máquinas inventadas en el 2018, cuando la situación comenzaba a hacerse insostenible, filtraban el sucio aire callejero y lo inyectaban al interior. Por lo que la respiración era más saludable dentro de las casas. Las vacaciones dejaron de ser al aire libre. La gente se iba a resorts herméticos con el solo fin de disfrutar oxígeno filtrado.
      La mayoría de las veces los temidos informes meteorológicos anunciaban temporales de vientos provenientes de todas partes. Las borrascas no traían nubes de lluvias, arrastraban más dióxido de carbono, por lo que el ambiente se hacía pesado hasta niveles insoportables.
      Una mañana de la primavera de 2024, Juani della Constanza, de ocho años, salió de la escuela y no subió, como todos los días, al bus hermético que la llevaría a su casa hermética. Desafiando las instrucciones, cruzó la calle y se fue a jugar a los juegos que desde años estaban abandonados en la plaza. Subió a un columpio oxidado, se deslizó por un resbalín mohoso, entró por los vericuetos de casas para muñecas hechas de lata corroída. Estaba sola y feliz disfrutando como los niños del mil novecientos y tanto, cuando al cabo de un rato cayó desmayada.
      Sus papás la levantaron desvanecida y se la llevaron a casa. Allí recobró el conocimiento, pero no la salud, la que se fue deteriorando hasta que tuvieron que trasladarla de urgencia al hospital. Juani murió a los pocos días, el 24 de diciembre, y se convirtió en la primera mártir, de la enfermiza carrera por el crecimiento económico, que enloqueció a los gobierno desde fines del siglo XX hasta comienzos del XXI. El costo catastrófico de aquella política fue echar dióxido de carbono sin límites a la atmósfera transparente.

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