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IMAGEN DE SEPEAP, ESPAÑA. |
Muchos años después comprendí esa filosofía popular que nacía de las realidades cocretas. Se lo oí más de una vez a Elena en el pueblo, quien algunas veces a la hora del almuerzo les decía a sus hijos: «Hay que ser buen pobre, comer lo que hay». Su afirmación era una excusa por no poder ella presentar platos apetitosos.
Sin embargo, ser pobre no era una predestinación. Esa condición perfectamente se podría revertir (bueno, no sé si tan perfectamente). Pero, a modo de consuelo, los males no son para siempre. Así que la arenga de ser buen pobre era nada más que un entrenamiento, estar preparados para lo que veniniera. Porque quién podría saberlo, pero podría haber platos todavía menos atractivos que aquellos en el futuro.
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