Debemos prestar atención a nuestra última voz interior, que nos da su opinión desde lo más profundo del pensamiento. Antes de tomar una decisión, a veces difícil o con poca información, nos hacemos consultas y finalmente actuamos. ¿No le ha pasado a usted que justo en el instante en que decide la acción, alguien le habla desde alguna parte del cerebro? ¿Sí?
Lo que ocurre es que esa voz ─que es la de nosotros mismos─ nos habla con la experiencia. Es la tincada, la campanilla de la alarma. Es la intuición, que, a nuestro pesar, muchas veces pasamos por alto. Cuando tomamos una decisión complicada solo con la razón, dejando de lado esa voz intuitiva que escuchamos a lo lejos, corremos el riesgo del error. Y a veces, sucede.
Como me ha ocurrido en muchas ocasiones, opté por darme el tiempo para oír esa voz, cada vez que estuviera enfrentado a una decisión compleja. Es así como la escucho y la pondero. A veces también la dejo de lado y actúo. Solo de se modo, habiendo oído conscientemente la alarma, asumo la plena responsabilidad de mi acción. Así, si sobreviniera el error, ya no me atormento por no haber prestado atención, sino que me hago cargo. Como dicen los estudiantes de leyes de la Universidad de Concepción: a lo hecho, pecho.
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