En lugar de empujarnos hacia el futuro, las tecnologías nos llevan al pasado.
La televisión nos muestra únicamente la capital. Veamos sus problemas de tránsito, de transporte, de delincuencia, de falta de energía, de campañas, de política. La otra geografía está ausente de las pantallas.
La TV y los medios electrónicos –o sea, la tecnología--, potencian el concepto de ciudad-estado, como en la Antigüedad. Lo único de interés y valioso para nuestras vidas es la ciudad. El resto no cuenta. Santiago es el país, como Atenas era Grecia para Filipo, en el 350 antes de Cristo.
Añoramos el tren de cuya imagen sólo nos quedan rieles oxidados y estaciones tapiadas y abandonadas. Un amigo muy joven, Luchito, me dijo que él se sentiría tan orgulloso, si Chile tuviera un sistema ferroviario por el que pudiéramos ir en cómodos vagones a todas partes.
Imagino despertar una mañana de verano en un tren nocturno, levantarme e ir a desayunar al coche-comedor para disfrutar de un rico café mirando por la ventana un amanecer lleno de rocío en los campos de sur, me comentó con nostalgia (y eso que es gallo joven). O, viajar al norte, por el desierto, por las quebradas, por los valles conversando o leyendo abordo de un tren. Antes se podía hacer eso, ahora no, qué lata, terminó diciendo.
Mi amigo Luchito estaba mirando hacia el pasado. Él quería que todo el conocimiento, la tecnología, los recursos y la voluntad política, reconstruyeran ese tren que él nunca conoció.
Cerca del Ártico han creado una especie de Arca de Noé para semillas. Entiendo que quieren preservar bajo el hielo simientes de vegetales aptos para el consumo humano para el caso de ser necesario en un lejano futuro. Como vemos que se acerca un nuevo diluvio universal, bajo cualquiera manifestación catastrófica equivalente, nos preparamos para revivir el pasado.
En otros posts citaré nuevos ejemplos, de cómo percibo que las velas de la tecnología arrastran a la humanidad de vuelta al pasado.
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