He visitado las pirámides en Egipto, fotografié a la Esfinge y conocí el río Nilo.
También he estado en la ciudad norteamericana de Las Vegas, donde se levanta el fastuoso hotel Luxor. El recinto está inspirado, en toda su fisonomía, en íconos del Egipto antiguo, el que obviamente tiene forma de una pirámide, incluye a una esfinge gigante y a un río Nilo, bajo techo.
Lo sorprendente es que los gringos reunieron imitaciones de todos los atractivos históricos y arqueológicos del viejo Egipto en un solo lugar, en el subsuelo del hotel Luxor.
Fue así que, sorprendido, compré un ticket para un «viaje milenario a través de la historia egipcia».
Vaya sorpresa, me condujeron junto a otras personas que también habían pagado el «tour» a un embarcadero subterráneo. Allí abordamos una nave antigua, construida en madera, que flotaba en un canal, que equivalía, según el cuento, al río Nilo.
En la proa del barco se ubicó un guía que comenzó a narrarnos con gran autoridad y acabado conocimiento, la historia de Egipto. Mientras el barco avanzaba por el canal, otra sorpresa: en las riberas estaban el desierto egipcio, las ruinas, los templos y antiguos palacios, Luxor y las colosales estatuas de Abu Sim Bel. Luego de navegar unos 30 minutos, terminó la gira turística. Descendimos, todos perfectamente ilustrados y conmovidos por lo vivificante del glorioso pasado de los faraones. A esas alturas, ya muchos turistas yankis debieron creer que estuvieron realmente en África y que, por tanto, no valía la pena a ir a ver lo auténtico.
Los especialistas en comunicaciones llaman hiperrealidad a esto que vi en Las Vegas, que no es otra cosa que un bálsamo de la realidad o ─si usted quiere─, una entretenida mentira.
Entonces, como una forma de castigar esta falacia, leo que la autoridad egipcia anunció que cobrará derechos por el uso comercial de sus imágenes, de sus símbolos y de su historia. Sólo de esa manera el estado egipcio espera recibir parte de lo que le corresponde de los millones de dólares que se embolsican algunos empresarios gringos copiando y resumiendo una fabulosa realidad que no les pertenece. Claro, eso sí, que quienes compran el «tour», como fue mi caso, saben que se trata de una humorada. ¿Alguien podría tomarlo en serio?... a menos que un gringo sea muy gringo.
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