Si me dedicara a leer puras novelas del género realismo mágico sin duda que perdería el juicio. Me podría pasar que se me produzcan extravíos como los que sufrió el viejo Quijano de tanto dedicarle tiempo a los libros de caballería. Los escritores modernos hallaron en ese género literario la mina de oro para cautivar lectores. Mezclan a discreción la realidad con la fantasía extrema. Tienen la cancha abierta para escribir de lo que sea. Rushdie, por ejemplo, hace que dos personas conversen de la vida misma mientras caen al vacío desde diez mil metros de altura por un siniestro del avión en el que viajaban. Para sus personajes eso no tiene ninguna importancia. Murakami, por su parte, trae a la existencia animales mitológicos como los unicornios. Y abunda en describirlos con pellejo de pelo dorado. Donde hay seres humanos, los unicornios se pasean como Pedro por su casa. Este tipo de exageraciones o licencias arbitrarias terminará por matar al realismo mágico que alcanzó la cúspite con García Márquez.
