Thursday, December 23, 2021

SOMOS COMO HABLAMOS


        La vida tiene vueltas extrañas, las más extremas pueden llegar a sumar 180 grados. El ejemplo que quiero verbalizar se relaciona con la juventud y con la vejestud (no quiero usar senectud porque su significado me resulta demasiado drástico, para esto que quiero referir). 

        Cuando uno es joven, especialmente en la etapa educacional, está obligado a usar el lenguaje de los profesores, de las personas mayores, para eso vamos al colegio. Ello en atención a ser considerado alguien digno de ser oído. El lenguaje retrata al usuario, de allí que para lograr aceptación hay que meterse en ese manejo.

      En el caso de ser viejo el asunto sigue siendo el mismo, pero al revés. Hay que aprender los modismos que usan los jóvenes para ser aceptado de buena gana, reconocido o respetado. De lo contrario no calificamos para participar de igual a igual en el grupo. El viejo se queda afuera de una conversación o simplemente se convierte en objeto de risas disimuladas de los demás (los jóvenes).

       El lenguaje pulcro o culto de antes puede mantener el estatus, pero su práctica se reduce al círculo de quienes lo comparten. Las mayorías ya están en otra con nuevos giros, distintas significaciones y hasta otros gestos. Cuando los viejos se reúnen con los jóvenes van a la aventura de no ser interlocutores, en el sentido relativo del término,  si no se dieron a la tarea de aprender y practicar la lengua de los nuevos tiempos.

     Aunque más de alguien me podría contradecir, que esto no es tan así. La idea no es polemizar, sino observar.

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