Ese día me encontré con mi amigo Gómez en la puerta del Palacio de La Moneda. Según me dijo, venía saliendo de una reunión en la Presidencia. Gómez, un ingeniero muy joven, tenía un cassette, un discurso, que era su prédica, un sueño frustrado. Hablaba de su asunto a quien se le ponía por delante. Y ahí aparecí yo.
“Hablé con el Presidente y le dije que nos metiéramos como país en el negocio de los computadores, que la IBM no da pie en bola haciendo equipos grandes que funcionan mal. Chile puede ser líder mundial en la fabricación de computadores más chicos y no en esos roperos que construyen los gringos. Es el momento preciso para empezar a hacer computadores pequeños”. Eso me dijo Gómez, un muchacho que gozaba de fama de cabezón en la juventud socialista.
¿Y qué te dijo el Presidente?, le pregunté. Gómez me respondió mirando para ninguna parte, pero con el rostro lleno de entusiasmo: “Me clavó los ojos. Porque parece que me apresuré demasiado, se lo dije directamente, en frío. Es que tenemos que hacerlo y en el partido no me han dado pelota”.
Gómez hablaba de computadores, no de softwares. Pero, de ahí a lo otro, no hay más que un paso.
Como yo tenía asuntos profesionales que cumplir me despedí de Gómez, quien se quedó parado en la puerta de La Moneda, frente a la Plaza de la Constitución, como esperando a cualquiera otra persona que pasara a quien contarle su idea. No he visto a mi amigo desde ese día del mes de abril de 1972.
¿Si hubieran escuchado a Gómez, seríamos hoy el mismo país? Probablemente sí, pero con la diferencia de estar entre los líderes mundiales en la construcción de computadores y seguramente también en el diseño de softwares.
Tres años después de aquel encuentro en La Moneda, en 1975 Waldo Muñoz, un ingeniero computín de Huachipato me dijo que dejaba CAP para establecer su propia empresa de computadores en villa San Pedro. Él no pretendía fabricar equipos, sino que prestaría servicios de informática a empresas con un enorme computador recién adquirido a IBM. Y Muñoz, un sujeto de ojos pequeños llenos de fuego, me dijo: “Tenemos que avanzar en este asunto rápidamente. Tenemos que imitarles a los israelíes que van muy de prisa, pero por detrás de los gringos. Para este negocio informático, nuestro modelo son los israelíes”.
Cuando Muñoz me dijo eso, me acordé de Gómez. Y pensé, perdimos una primera oportunidad, competir con los gringos; ahora nos queda una segunda, alcanzar a los israelíes.
De Muñoz sólo sé que cambió de giro, porque los servicios de informática que prestaba a las empresas con su equipo grande, no le sirvieron de mucho cuando llegó la avalancha computadores personales, de los que a su modo me mencionaba Gómez en la puerta de La Moneda en 1972. Muñoz hábilmente transformó su empresa en un instituto para enseñar computación.
Si nuestra política actuara en sintonía con las nuevas ideas planteadas por sujetos con visión, que los hay muchos, y que lo predican en los pasillos del poder, nuestro país sería mucho mejor. Pero...
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