El fin del mundo, ese lugar donde termina el espacio terrestre y ya no hay más, quería conocer Alejandro Magno de Macedonia en sus campañas de conquista. Considerado el mejor guerrero de la historia, vivió alrededor de los años 300 antes de nuestra era. Su sueño no era sólo crear las ciudades que creó al golpe de su espada en los territorios de oriente, sino acercase al punto donde ya no hay nada más por conocer.
En su niñez, su profesor –el mismísimo Aristóteles– le dijo en Atenas que más allá de lo conocido existía un gran Océano Exterior. Hasta ese lugar quería acceder Alejandro. Sin embargo su ejército y sus generales se negaron a cruzar el río Ganges para proseguir la campaña interminable. A esas altura todos querían volver a Grecia para reencontrarse con sus familias.
La escritora Irene Vallejo, en su celebrada novela «El Infinito en un Junco» (2025), imagina cómo serían otras dos posibilidades del fin del mundo que entonces la gente creía. Pudo ser una gran catarata, donde por siempre el mar se precipita a un abismo insondable o quizá, un lugar invisible y brumoso fundido contra un fondo blanco o contra un fondo negro. Eso quería conocer Alejandro.