Veamos ejemplos en la literatura acerca de lo peor. En «Un Día en la Vida de Iván Denisovich», de Solzhenitzyn, las cosas van cada vez más para mal. En las cárceles soviéticas, esas de Siberia, el sufrimiento y la humillación de los cautivos eran extremos. Sin embargo, todos los internos sabían que debían evitar castigos adicionales que harían la vida aún más deplorable. O sea, dentro de ese infierno ya destestable, había otros más horribles aún que era mejor eludir. Bueno, y así suma y sigue, después de ese segundo infierno había aún más. Esas escalas de la degradación hacia lo profundo hacían que los prisioneros agradecieran el hecho de estar en los primeros niveles, ya de por sí insufribles...
El capitán Buinovski, personaje de esta novela, quien era un ex prestigioso marino, por una nimiedad el jefe de los guardianes soviéticos, lo condenó a pasar una temporada en esa celda de castigo para presos díscolos. Esa que todos sabían que era horripilante y de la que nadie comentaba detalles. Pocos imaginaron que el ex marino podría salir vivo de allí y siempre lo ayudaron con buenas vibras. Pensaban que si tuviera la suerte de sobrevivir, lo esperaba otro recinto de «recuperación» pero no para vivir sino para terminar sus días.
No obstante, la novela guarda una cuota de esperanza. Este ejemplo de que lo peor no tiene límites viene al caso cuando a veces, en meditaciones pensamos que en nuestra realidad mucha gente lo pasa mal, muy mal. Y si nadie solidariamente acude en su ayuda, para ellos sus vidas seguirán escalas abajo. No nos olvidemos de esa gente.
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